martes, julio 11, 2006

1984, de George Orwell


Si ha habido un libro que ha provocado un terremoto ideológico en un servidor es la distopía del trotskista inglés George Orwell. No es extraño que algunos comunistas, a pesar de no estar de acuerdo con Stalin, criticaran a Orwell por "pasarse": la obra de Orwell no sólo acaba siendo un ataque contra el estalinismo, sino contra toda teoría comunitarista; y el orwellianismo fue uno de los ingredientes de ese potaje que acabó convirtiendo a un grupo de trotskistas judíos de Nueva York en lo que más tarde se ha venido a llamar neocons. Ésto se dio probablemente porque el comunismo de Orwell -y probablemente el de los neocons originales- fue más sentimental que no racional (como el de Gidé, o el socialismo del Dostoievski pre-Siberia) y por lo tanto, condenado a la reacción.

Ya hablando de la novela, podemos encontrar en ella referencias obvias al régimen estalinista: el Gran Hermano poseedor de un gran bigote negro (ya saben ustedes lo que era el Pacto de Acero: la alianza entre el bigote grande y el bigote pequeño) y la aparición de un clon de Trotski como Enemigo del Pueblo sobre el cual se descarga la culpa de todo. Es un tanto lamentable el tener que explicar esto, pero más de una vez me he encontrado con gente que duda que 1984 sea una crítica a Stalin, así que dejo unas cuantas citas en las cuales queda claro:

No creía haber oído la palabra «Ingsoc» antes de 1960. Pero era posible que en su forma viejolingüística -es decir, «socialismo inglés»- hubiera existido antes.

Aquí queda claro que 1984 critica a un socialismo, no a un hipotético regimen fascista.

El diafragma de Winston se encogió. Nunca podía ver la cara de Goldstein sin experimentar una penosa mezcla de emociones. Era un rostro judío, delgado, con una aureola de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente que tenía, sin embargo, algo de despreciable y una especie de tontería senil que le prestaba su larga nariz, a cuyo extremo se sostenían en difícil equilibrio unas gafas. Parecía el rostro de una oveja y su misma voz tenía algo de ovejuna. Goldstein pronunciaba su habitual discurso en el que atacaba venenosamente las doctrinas del Partido; un ataque tan exagerado y perverso que hasta un niño podía darse cuenta de que sus acusaciones no se tenían de pie, y sin embargo, lo bastante plausible para que pudiera uno alarmarse y no fueran a dejarse influir por insidias algunas personas ignorantes. Insultaba al Gran Hermano, acusaba al Partido de ejercer una dictadura y pedía que se firmara inmediatamente la paz con Eurasia. Abogaba por la libertad de palabra, la libertad de Prensa, la libertad de reunión y la libertad de pensamiento, gritando histéricamente que la revolución había sido traicionada.

Si el hombre arriba descrito no es Trotski, que baje Dios y lo vea.

Entremos en la novela: en ella, un funcionario dedicado a reconstruir la historia, Winston, empieza a dudar del Partido, y eso le introduce en una peligrosa espiral, en la que acabará visitando las mazmorras del Ministerio del Amor. Especialmente memorable el concepto de neolengua, una lengua futura en la que sería imposible el mero hecho de pensar una rebelión contra el partido: es aquello que decía de Nietzsche del lenguaje como cárcel del pensamiento aplicado de forma pragmática. Pero lo que más recuerdo de la novela es el discurso final del villano:

Primero debes darte cuenta de que el poder es colectivo. El individuo sólo detenta poder en tanto deja de ser un individuo. Ya conoces la consigna del Partido: «La libertad es la esclavitud». ¿Se te ha ocurrido pensar que esta frase es reversible? Sí, la esclavitud es la libertad. El ser humano es derrotado siempre que está solo, siempre que es libre. Ha de ser así porque todo ser humano está condenado a morir irremisiblemente y la muerte es el mayor de todos los fracasos; pero si el hombre logra someterse plenamente, si puede escapar de su propia identidad, si es capaz de fundirse con el Partido de modo que él es el Partido, entonces será todopoderoso e inmortal. Lo segundo de que tienes que darte cuenta es que el poder es poder sobre seres humanos. Sobre el cuerpo, pero especialmente sobre el espíritu. El poder sobre la materia..., la realidad externa, como tú la llamarías..., carece de importancia. Nuestro control sobre la materia es, desde luego, absoluto.

El Anticristo para un liberal pragmático e individualista como el que les habla, señores.