sábado, mayo 27, 2006

Vals de Mefisto, de Sergio Pitol


Premio Juan Rulfo en 1999 y Premio Miguel de Cervantes en 2005, Sergio Pitol es para muchos el mejor escritor en lengua castellana. Bueno, quizás no para muchos pero sí para Enrique Vila-Matas, que fue el culpable de que me decidiera a leer un libro del mexicano; ya pasará alguna obra de Vila-matas por aquí, ya pasará.

Volviendo a Vals de Mefisto, realmente el premio Cervantes le viene que ni pintado a Pitol: ese juego metatextual tan característico del Quijote recorre completamente los cuatro cuentos que forman este pequeño volumen. Para que se hagan una idea: el primer cuento nos explica como una mujer separada lee una obra de su marido; en ésta, un joven literato llamado Manuel Torres va a un concierto de piano: la obra nos explica las diferentes historias que Torres imagina alrededor de la aparición de un anciano en un palco situado en un rincón del teatro. Probablemente éste y el siguiente (El relato veneciano de Billie Upward) sean los dos mejores de la obra, precisamente porque está muy presente ese elemento metatextual que me pirra. Pero además, en Pitol encontramos un estilo muy particular, que a mí me recuerda a Vila-Matas y a Nabokov.

Un autor muy muy interesante. A ver cuando repetimos.

jueves, mayo 25, 2006

Mr. Vértigo, de Paul Auster

A nadar contracorriente tocan.

Señores, no me gusta Paul Auster. Que sí, que después de leer Mr. Vértigo mi opinión sobre él ha mejorado -El país de las últimas cosas me pareció una novelita de lo más ramplona-, pero aún sigue muy alejado del nivel de Gran Maestro. Explícome:

Sus historias son interesantes, sí. Auster sin duda posee una imaginación envidiable. Pero a mí no me interesa lo que explica: es un buen caracterizador de personajes, pero éstos dan la impresión de no tener una auténtica vida interior. Mr. Vértigo es un buen ejemplo de lo que quiero explicar: una idea inicial muy interesante -un niño que aprende a volar-, unos personajes interesantes, pero no le veo nada más. Es posible que busque en Auster cosas que no debería, es decir, un conflicto interior, pero que quieren, este yonki necesita su droga.

En cuanto a su prosa, la veo completamente ideal para hacer versiones cinematográficas; que viene a ser la forma educada de decir que es tremendamente simplona. Y aunque no soy un lector enamorado de las grandes prosas, por aquí podría haberse salvado Auster: las historias de Nabokov no me interesan lo más mínimo, pero la prosa del ruso-americano hechiza a cualquiera.

Hablando del libro en sí, pos está bien, oiga. Aunque en la última parte se desvie un poco, trata principalmente de la vida de un criejo que aprende a volar -cosa bastante elogiable, considerando que no es español- y se dedica al mundo del espectáculo. Aventuritas a gogó y tal. Me quedo con el maestro Yehuti, que no me deja de recordar al gran Rolando de Gilead (sí, hay libros de Stephen King que me gustan, ¿qué pasa?).

Veredicto del libro: está bien para pasar el rato. Y el de Auster: segundo strike, colega; te queda la tercera y última (Leviatán).

viernes, mayo 12, 2006

Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq

Primer libro que referencio de Michel Houellebecq: momento importante. Este escritor francés, nacido en la isla de Reunión -por lo tanto un francés africano, igual que Camus- es el enfant terrible de la narrativa francesa actual. Todas sus obras destacan por su crudeza, derivada de un materialismo extremo, y hermanada con la crueldad de Céline e incluso Lautreamont: un verdadero militante schopenhaueriano. Recordemos la frase que él extrajo de la correspondencia de Lovecraft -otra de sus influencias- y que describe toda su narrativa: "El valor de un ser humano se mide hoy en día por su eficacia económica y su potencial erótico".

Ampliación del campo de batalla
es la extensión natural de esta frase. Nos muestra la alienación del hombre respecto al mundo actual; cosa que no tiene nada de novedosa, ya que Kafka o Camus ya lo hicieron antes. La diferencia es que Houellebecq investiga este nihilismo generalizado desde otro punto de vista: busca el problema entre el desajuste que hay entre las condiciones de vida que nos ofrece la sociedad liberal actual y nuestros instintos. Ésa es la principal diferencia que tiene Ampliación con El extranjero, aunque no por ello dejan de ser novelas paralelas.

La novela gira alrededor de su narrador, un informático de unos 30 años de clase media-alta. Sin embargo, ello no le impide ser profundamente infeliz. Y es que aquí es donde Houellebecq utiliza algo que en literatura hacía mucho que no se veía: una crítica al liberalismo... sexual. Para Houellebecq:
En un sistema económico que prohibe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohibe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad.
El mensaje es tan antiguo, que suena a nuevo. La novela, escrita con ese lenguaje tan brutal que es propio del autor, va asestando golpes a diferentes aspectos de la sociedad, como el ambiente empresarial (omnipresente en su obra) o los psicoanalistas.

Una gran novela, e ideal para empezar a leer a Houellebecq.

13,99 euros, de Frédéric Beigbeder


Con 13,99 euros, Frédéric Beigbeder se convirtió en uno de los fenómenos de la literatura francesa, además de lograr ser despedido de la agencia de publicidad para la que hasta entonces trabajaba de creativo. Un punto más para la novela: se nota que Beigbeder ha dado donde duele.
En cuanto a su obra, podemos decir que sigue los pasos de su amigo Michel Houellebecq, aunque desde luego no es tan visceral ni se mete en los tabús con los que el bueno de Michel parece disfrutar tanto. Podemos decir que Beigbeder actualiza la clásica crítica al sistema.

13,99 euros nos presenta a Octave, un creativo de éxito, que acaba de abandonar a su novia porque le ha dicho que está embarazada. Como lo leen. Sin embargo, la novela no nos hace pasar por una crisis existencial-sentimental, y pone el acento en la descripción del funcionamiento de las agencias de publicidad: la estupidez de los clientes, la carrera por lograr el trabajo del superior...

A pesar del tono de mi crítica, no se debe suponer que Beigbeder no es cínico y burlón. Lo es, y mucho. Pero comparándolo con Houellebecq, resulta más almidonado: quizás por ello pueda seducir a algun lector al que Michel le pareciera demasiado hard. Sin embargo, la impresión que da Beigbeder es la de no haber sufrido lo suficiente para la literatura que pretende escribir (esto me trae a la memoria una cita de no recuerdo quien "Hay que haber sufrido mucho para disfrutar a Lovecraft"). Seguramente es demasiado guapo para ello.

Imposturas intelectuales, de Jean Bricmont i Alan Sokal


Para comprender la polémica que ha desatado Imposturas intelectuales es obligado por mi parte hacer una referencia al llamado affair Sokal: Alan Sokal (a la derecha del post), profesor de física en la Universidad de Nueva York, publicó en la revista Social Text un artículo con el título siguiente: "Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica". El artículo presenta un constructivismo social radical, afirmando que la propia realidad es una construcción social; además, utiliza para defender su postura citas de diferentes autores considerados posmodernos, entre ellos Derrida, Lacan o Irigaray. Poco despúes el propio Sokal admitió que se trataba de una parodia. Se pueden imaginar ustedes el pitote que se montó: al pobre Alan le cayó una buena.

Precisamente para responder las críticas vertidas contra él, se escribió este Imposturas intelectuales. Alan Sokal, con la colaboración del también físico Jean Bricmont, analizan diferentes textos de autores posmodernos, mostrando como bajo una capa de términos científicos, se esconde la más completa nada: en ocasiones lo que dicen no tiene sentido, y en otras sólo lo tendría como metáfora. Para muestra, un botón:

"Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta de la imagen deseada: de ahí que sea el equivalente de sqr(-1) del significado obtenido más arriba, del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante: (-1)"
("Posición del inconsciente", en Ecrits, 2 - Jacques Lacan)
"El hecho de que las mujeres se hayan sentido tan amenazadas por el accidente de Chernobil tiene sus orígenes en esa relación irreductible que existe entre sus cuerpos y el universo" (Luce Irigaray)
Destacan también en el libro unos apuntes epistemológicos, apuntando que el actual caxondeo epistemológico puede venir probablemente como una respuesta a Karl Popper, que en opinión de los autores, aunque su intención era buena, trató de sistematizar demasiado la ciencia, provocando que sus críticos, especialmente Feyerabend, trataran de eliminar todo el prestigio del método científico buscando un anarquismo epistemológico. El libro finaliza con un llamamiento a la izquierda -con la que ambos autores se identifican- para que deje atrás los prejuicios que tiene hacia la aceptación de una verdad objetiva -probablemente derivados del intento de imposición de unas reglas morales como objetivas en el pasado- y utilice la ciencia para ayudar a los más desfavorecidos, que debe ser el auténtico objetivo de la izquierda.

Un gran resumen del libro -bastante más extenso que éste- lo encontrarán aquí: Imposturas intelectuales -Recensión de la obra de A. Sokal y J. Bricmont.

Nota: Aún se pueden encontrar algunos artículos impenitentes que comentan el artículo de Sokal como si fuera "serio". Aquí tienen un ejemplo: Texto sobre Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica.

jueves, mayo 11, 2006

El tío Vania, de Anton Chéjov

Anton Chéjov (1860-1904) es uno de los principales exponentes del siglo de oro ruso. Es famoso por su pericia en el relato corto, pero sin embargo hoy comentaremos una de sus obras teatrales, Tío Vania.

En la obra podemos ver un enfrentamiento simbólico entre el humilde campesinado ruso (el tío Vania, Sonia) y los ciudadanos, especialmente los intelectuales europeizados (Serevriakov y su joven esposa Elena). Sin embargo, todos ellos comparten algo: una profunda infelicidad. Serevriakov sufre porque es viejo, Elena sufre porque su marido es viejo. Vania se siente frustrado porque se da cuenta que ha dedicado toda su vida a trabajar por un estúpido al que antes admiraba: su cuñado Serevriakov; además, es incapaz de llevar a buen puerto sus relaciones con Elena, que le esquiva. Y Sonia, quizás la única de este cuarteto que pueda inspirar alguna simpatía natural al lector, ya ha asumido la dureza de su porvenir: trabajo y soledad; sin embargo, la conciencia de no ser hermosa y por ello no poder aspirar al amor del médico rural Astrov la atormenta. Finalmente, Astrov es el personaje más equilibrado de la obra: el único personaje que mantiene cierto grado de humanismo; no obstante, él también se ve abocado a las pasiones que inspira Elena.

Es curioso que tantas obras naturalistas -también realistas, por extensión-, tratando de mostrar al ser humano tal como es, sin romanticismos, acaben subrayando su profunda desgracia, el absurdo de su existencia.

lunes, mayo 08, 2006

Viaje al fin de la noche, de Louis Férdinand Céline

Provocadora. Insultante. Náuseabunda. Cruel. Inmoral. Misántropa. Todos estos adjetivos son perfectamente aplicables a Viaje al fin de la noche, novela capital para comprender buena parte de la literatura del siglo XX, especialmente la producción francesa. Él es, sin duda, el padre de estos nuevos pesimistas, Michel Houellebecq y Frédéric Beigdeber; y su primera novela, Viaje al fin de la noche, es su obra más representativa: jamás logró superarla.

El narrador de nuestra historia es Ferdinand Bardamu, un antihéroe al uso excepto en que éste no logra ser educado ni siquiera con el propio lector: una de las señas de identidad de la literatura de Céline es su lenguaje, directo por lo transgresor o transgresor por lo directo, que penetra en la mente del lector como una puñalada: no nos encontramos ante un elegante pero desafortunado Quijote, sino ante un colgado.
Bardamu se alista en el ejército por una especie de broma (memorable su discurso sobre el nacionalismo: "Hatajo de granujas, ¡es la guerra! -nos dicen-. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la patria nº2, ¡y les vamos a reventar la sesera! ¡Venga! ¡Venga! ¡A bordo hay todo lo necesario! ¡Todos a coro! Pero antes quiero veros gritar bien: "Viva la patria nº1!"".) acaba sufriendo la estupidez de los oficiales sumergido en una soldadesca mayoritariamente cobarde. Así, es herido y vuelve a París donde, entre otras muchas peripecias, acaba compitiendo con otros para contar la aventura más absurdamente heroica y lograr así la atención del público femenino. Posteriormente, nuestro héroe viaja a las colonias francesas en África, que describe como un infierno de calor, mierda, comida repugnante y más mierda. Los avatares del destino le llevan a los Estados Unidos, donde persigue su particular american dream. Así el autor nos describe el trabajo industrial, con toda su magnitud de ruido y monotonía; eso sí, nos deja claras las virtudes de las americanas. De regreso a Francia, trabaja de médico aprovechando esta vez para explicarnos la mezquindad de los más desfavorecidos -como podemos ver, Céline es un narrador sin pelos en la lengua-; destaca entre estas últimas hazañas la que protagoniza su intermitentemente inseparable Léon Robinson, actuando de asesino a sueldo teniendo como víctima a una vieja para que su hijo y su nuera puedan alquilar la casita que ocupa.

El mundo es un lugar repugnante, parece decirnos Céline. Sin embargo, debo admitir que el feeling que parece querer transmitirnos, creo que un lector del siglo XXI lo alcanzará más fácilmente leyendo Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Sin embargo, si tratara de evaluar algo tan abstracto como la calidad literaria debería poner por delante a nuestro antisemita protagonista de hoy.