viernes, noviembre 24, 2006

Calderón, Shakespeare, Marlowe

¡Ay, mísero de mí, ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí,
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer,
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Desde que leí La vida es sueño, la comparación con Shakespeare se me hizo obligatoria. Y ahí es donde, a pesar de tratarse de una obra brillante, sale perdiendo. El problema del teatro de Calderón -y es posible que del teatro clásico español- es que trata de ser moralizante, o dicho de otra manera, resuelve los conflictos con fuentes externas políticamente correctas, en vez de hacerlo con sus correspondientes deformaciones interiores, como los personajes de Shakespeare: es decir, que los personajes de Calderón tienden a tener comportamientos "de libro". Obvio es que la conducta de Hamlet no es así: Calderón sería incapaz de crear malutos tan memorables como Macbeth o Ricardo III.
Cogiendo otro autor inglés -uno que para mí es inferior a Calderón-, Marlowe, vemos que siendo peor artísticamente se le nota liberado del peso de tener que convertir a sus personajes en portadores de la filosofía escolástica. En ese sentido, Calderón me recuerda a Sartre.

Scoop, de Woody Allen


Aprovechando que tengo un ratito libre, escribiré sobre la recién estrenada película de Woody Allen. La verdad, Scoop no requiere mucho más tiempo, puesto que es una película agradable, sí, pero no deja de ser una comedieta para pasar la tarde. Una comedieta dirigida por un genio y con unos diálogos bastante brillantes, pero en todo momento la película mantiene un tono intrascendente, probablemente debido a la trama, que resulta demasiado inverosímil y a la que no se le consigue dar el tono adecuado.

Eso sí, Scarlett Johansson está muy güena. A mí desde Lost in translation me tiene enamorado, así que solo por verla un rato me valió la pena ir al cine. Además, Woody Allen interpreta a uno de esos personajes típicamente suyos: en esta ocasión es un mago fallón llamado Splendini -o Sid Waterman- con una capacidad extraordinaria de enjabonar al personal. Hugh Jackman es un buen florero.

En definitiva, una comedia ligera alejada de las obras maestras del neoyorquino.

sábado, noviembre 11, 2006

Un placer por Proust

La ambición embriaga más que la gloria; el deseo florece, la posesión marchita todas las cosas; es mejor soñar la vida que vivirla, aunque vivirla sea también soñarla, pero menos misteriosamente y a la vez menos claramente, en un sueño oscuro y pesado, semejante al sueño difuso en la débil conciencia de los animales que rumian. Las obras de Shakespeare son más bellas vistas en el cuarto de trabajo que representadas en el teatro. Los poetas que han creado a las enamoradas imperecederas no han conocido, en muchos casos, más que vulgares criadas de mesón, mientras que los voluptuosos más envidiados no saben en absoluto concebir la vida que llevan, o mejor dicho que los lleva. Conocí a un niño de diez años, de salud enclenque y de imaginación precoz, que había puesto en una niña mayor que él un amor puramente cerebral. Se pasaba horas en la ventana para verla pasar, lloraba si no la veía, lloraba más aún cuando la había visto. Pasaba con ella muy raros y breves momentos. Dejó de dormir, de comer. Un día se tiró por la ventana. Al principio creyeron que le había decidido a morir la desesperación de no estar nunca junto a su amiga. Pero se supo que, por el contrario, acababa de hablar mucho tiempo con ella y que había estado muy amable con él. Entonces se supuso que el muchacho había renunciado a los días insípidos que le quedaban por vivir después de aquel embeleso que quizá nunca más se repetiría. De las frecuentes confidencias que hiciera en otro tiempo a un amigo se dedudo que sentía una decepción cada vez que veía a la soberana de sus sueños; pero en cuanto ella se alejaba, la fecunda imaginación del muchacho devolvía todo su poder a la niña ausente, y tornaba a desear verla. Cada vez intentaba atribuir a la imperfección de las circunstancias la razón accidental de su decepción. Después de aquella entrevista suprema en la que, con su fantasía ya hábil, había llevado a su amiga hasta la alta perfección de la que su naturaleza era capaz, comparando atribulado esta perfección imperfecta con la perfección absoluta de la que él vivía, de que él moría, se tiró por la ventana. De la caída se quedó idiota y vivió mucho tiempo, conservando de aquélla el olvido de su alma, de su pensamiento, de la palabra de su amiga, con la que se encontraba sin verla. La muchacha, pasando sobre súplicas y amenazas, se casó con él y murió varios años después sin haber logrado que la reconociera. La vida es como esta muchacha, la soñamos y la amamos por soñarla. No hay que intentar vivirla: se arroja uno, como el muchacho, en la necedad, no de una vez, pues en la vida todo se va degredando por matices insensibles. Pasados diez años, no reconocemos nuestros sueños, renegamos de ellos, vivimos como un buey, para la hierba que podemos pacer al momento. ¿Y quién sabe si de nuestras nupcias con la muerte podrá nacer nuestra consciente inmortalidad?

Marcel Proust, Los placeres y los días


Proust, el poeta enfermo -y una de las definiciones de filósofo es poeta enfermo- del amor. Pero a diferencia del poeta romántico, Proust es terriblemente consciente de lo efímero del amor: como los japoneses cuando se reunen para observar los cerezos en flor, cree que parte de su belleza se encuentra en la corta duración de su existencia. El amor es así: efímero e imaginario. Porque bajo la imaginación, sólo queda una atracción animal, la cópula de los perros.

martes, noviembre 07, 2006

Desmontando a Harry, de Woody Allen


Dada mi reciente afición a las películas de Woody Allen y a que esto no deja de ser un blog literario, no estaría mal que la primera reseña cinéflia fuera para la película más literaria de esta leyenda viva del cine.

El protagonista de la película, Harry (Woody Allen) es un escritor famoso cuyos relatos siempre están basados en su propia vida, de una manera directa; un poco a lo Bukowski. Pero más que a Bukowski, las historias de Harry se parecen a las del propio Woody Allen, girando en torno a los temas clásicos del neoyorquino: las relaciones de pareja, el psicoanálisis, la condición de judío, el sentimiento de culpa, el sexo. Harry se verá atormentado por una legión de ex-mujeres y ex-amantes, con las que nunca logra encontrar un equilibrio.

Pero, lo que más me fascina de esta película son los recursos metaargumentales: la vida de Harry se nos cuenta a través de sus relatos, en los que se distingue muy claramente a su autor. A pesar de ser un director cómico relativamente clásico, no es la primera vez que Woody utiliza un recurso de estas características: recuerdo que, en Annie Hall, Woody Allen discute con un profesor universitario sobre la obra de Marshall McLuhan: Allen gana la discusión haciendo entrar en escena al propio McLuhan (!!) para finalmente dirigirse al espectador: "Ah, amigos, si la vida real pudiera ser así".

Acabaremos esta reseña con un diálogo ya mítico:

Joan: (gritando) tu vida sólo es… ¡nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo!
Harry: con ese slogan yo podría ganar las elecciones en Francia.

viernes, noviembre 03, 2006

Grandes personajes: Trofim Denisovich Lysenko

Trofim Denisovich Lysenko (1889-1976) es uno de los biólogos más decisivos del pasado siglo. Y digo decisivos porque consiguió destruir la biología soviética, bastante avanzada hasta el momento de su estelar aparición. Pero expliquemos su historia:

En 1927, Lysenko era un ingeniero agrónomo (pero sin título) desconocido que publica en Pravda (órgano del Partido Comunista de Rúsia) un artículo titulado Los campos de invierno. En el artículo, nuestro heroe explica cómo logro mejorar espectacularmente la producción de una cosecha de trigo en Azerbayán con un métode denominado "vernalización"; según Lysenko, esto era inexplicable para la "genética burguesa" -cosa falsa, ya que según la genética clásica, lo que ocurrió era explicable por una variación producida por alguna impureza genética en el material utilitzado-. Curiosamente, y a pesar de la oposición de la mayoría de científicos rusos, la "vernalización" se extiende por tota la URSS, sin tener en cuenta si el método es útil para las condiciones del campo o no. De hecho, la vernalización es un método anterior a Lysenko, y que sí funciona -en unas determinadas circunstancias- el problema es que esto poco tiene que ver con una refutación de la genética moderna.

Pero esto no hubiera sido tan grave -un exceso revolucionario- si la carrera de Lysenko se hubiera quedado aquí. En 1929, Lysenko saca la teoría del desarrollo fásico de las plantas, en el que directamente resucita a Lamark, pero a lo bestia. Lo que viene a decir es que la genética clásica es una ciencia clasista, ajustada a los intereses de la burguesía: que esto de que las cualidades se hereden es contrario al marxismo, y que un tomate puede convertirse en un pepino si está rodeado por el ambiente adecuado; creeréis que exagero, pero leed las declaraciones del propio Lysenko: "La biologia mitchuriana ha demostrado que los individuos de las especies vegetales existentes no son engendrados por individuos iguales a ella (...), disponemos de una gran cantidad de datos que demuestran
que el centeno puede engendrar trigo, la avena puede engendrar ballueca, y el trigo, centeno."

En una URSS dirigida por Stalin esto puede entenderse: no se sabe muy bien cómo, Lysenko consiguió convencer al vozhd de que su teoría era la única plausible para el materialismo dialéctico, y que la "genética burguesa" era -agárrense los machos- "una desviación fascista y trotskista-bukharinista". Así, las teorías de Lysenko reciben un nombre a la altura de la defensa de la causa: "genética proletaria".

A todo esto, Lysenko es prácticamente desconocido en Occidente -donde se edita su principal obra, Agrobiologia, una sola vez , y esta edición es retirada por la URSS al cabo de un mes-, excepto por parte de la comunidad científica, que se escandaliza, y el incansable Partido Comunista de Francia, dedicado como siempre a retratarse como el partido con más capacidad de hacer el ridículo de la historia del universo y parte del extranjero: Louis Aragon escribió: "Entre un monje (Mendel) y un comunista (Lysenko) no me cabe ninguna duda" y Francis Cohen "Lysenko tiene razón, ya que sus tesis han sido aprobadas por Stalin, la mayor autoridad del mundo en materia científica". Lamentablemente, la comunidad científica soviética no pudo reir demasiado, ya que unos cuantos genetistas fueron de vacancias pagadas a Siberia (Meister, Levit, Gorbunov, Muralov y Vavilov, que dejó la piel allí).

Stalin muere en el 1953, pero no es hasta la caída de Kruschov, más de 10 años después, que Lysenko abandona la presidencia de la Academia de las Ciencias Agrícolas. Lentamente después de la muerte del vozhd Stalin, se dejan de aplicar las magníficas ideas de nuestro heroe, y se regresa a los conceptos de la "genética burguesa", eso sí, manteniendo como oficial la "genética proletaria" -de hecho, ocurrió una cosa similar con la física: se fabricaban bombas atómicas a la vez que se discutían los principios más básicos de la física moderna-.

Os dejo una referencia interesante:

Proletarian Science ? : The Case of Lysenko

Nuevos tiempos en el blog

A partir de ahora, también pondré reseñas cinéfilas y hablaré de política y otras marranadas, como demostrar que la serpiente que tentó a Eva era abonada del Unicaja y socia del Madrid.

Como últimamente estoy tragando Woody Allen por un tubo -gracias, Jose- pues supongo que comentaré alguna película suya. Y a lo mejor alguna asiática (Samaritan Girl o una de estas pelis tan pedantes).

PD: Ah, también he eliminado la sección de "últimos artículos" y he añadido un link con todas las reseñas literarias ordenadas por autor. A medida que esto crezca, haré otros índices.

miércoles, noviembre 01, 2006

Casa de muñecas, de Henrik Ibsen

La última vez que hablé de Henrik Ibsen -no en este blog- fue para compararlo con George Orwell y Albert Camus. Una comparación que yo basaba en un valor que brilla en las obras de los tres: la honradez, la fidelidad a uno mismo por encima de servilismos políticos, aunque esto llevara a un enfrentamiento con la moral o con el mismo pueblo (como podemos ver perfectamente en el drama Un enemigo del pueblo). Sin embargo, Ibsen y Camus aventajan a Orwell en talento literario: los personajes del inglés nuncan estuvieron vivos del todo -y de hecho, sus obras se pueden catalogar o como parábolas o como reportajes-. La diferencia entre Ibsen y Camus radica en que el francés es infinitamente más moralista que el noruego.

Cuando leo a Ibsen, hay una influencia que se me hace tan obvia que no deja de aparecerseme: Dostoievski. Por ejemplo, cuando Hedda, en Hedda Gabler, empieza a tocar el piano momentos antes de suicidarse, recordé esa obra maestra de la confusión que es el suicido de Kirilov en Los Demonios. El protagonista de Un enemigo del pueblo o la propia Nora de Casa de muñecas son personajes típicamente dostoievskianos: enfermos de orgullo, como el Ganya de El Idiota.

Pero, centrándonos en Casa de muñecas, hay que recordar que se trata de una obra que suele ser reivindicada como feminista. Muchos personajes femeninos de Ibsen son muy independientes, especialmente para la época, cosa que podría apoyar esta afirmación. Pero, sin embargo, no creo que éste sea el "ingrediente" principal de la obra: como en la mayoría de las obras de Ibsen, Casa de muñecas se puede reducir a su final, y éste es universal, por encima del género de su protagonista. Nora ha vivido en la absoluta inocencia; citando a Houellebecq: "Puede que en una época anterior las mujeres se encontrasen en una situación comparable: semejante a la de un animal doméstico"; pero, después de ser acusada por haberle salvado la vida a su marido, abandona -a su marido, a sus hijos, a su vida- para aprender en un acto de orgullo genial: el portazo con el que acaba la obra forma parte de la historia de la literatura.