Desde finales de la II Guerra Mundial, y especialmente después de la caída del muro de Berlín, la palabra "Europa" no deja de sonar: la política europea, la literatura europea, el cine europeo... Obviamente, hasta la aparición de "el otro" -es decir, de los Estados Unidos-, esta distinción apenas tenía sentido: Europa lo era todo, aún más culturalmente hablando. Pero, más allá de la oposición al país de las barras y estrellas, ¿tiene alguna base real la idea de Europa? ¿qué compartimos los europeos que nos diferencie de los demás?
Steiner trata de responder a estas preguntas. Según él, un acercamiento a la idea de Europa podría ser el representado por estos cinco axiomas:
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La Europa de los cafés: Europa está cubierta de cafés; ellos han moldeado la cultura europea: el carácter reflexivo y en muchas ocasiones paradójico del arte europeo sólo se puede dar en un ambiente pausado, absolutamente contrario al del pub inglés o al del bar americano. Steiner considera que algunas características de la literatura norteamericana provienen de las peculiaridades del bar: un ambiente oscuro y cargado de sexualidad; debo entender, pues, que Bukowski es el máximo exponente de la literatura de "bar".
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La Europa pedestre: Europa puede recorrerse a pie. A los europeos se nos hace extraño estar verdaderamente aislados de la civilización, cosa bastante peculiar, si nos comparamos con cualquier otra civilización, en la cual disponen de enormes extensiones de terreno que apenas conocen al hombre. Esa "sobrehumanización" del paisaje europeo también es característica de nuestra cultura.
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La Europa histórica: Europa está llena de referencias al pasado. El joven europeo se dirige, a través de unas calles inundadas de nombres históricos, a una escuela donde le darán referencias de la ya milenaria historia europea. Europa ya lo ha sido todo, no queda ya nada por descubrir: se puede establecer un paralelismo entre la geografia de Europa y la impresión que nos da su mapa cultural.
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La Europa heredera de Atenas y Jerusalén: Según Steiner, Europa es la conjunción de dos sensibilidades parcialmente contradictorias: el ideal filosófico-cientifíco de Atenas y la moral de Jerusalén. La ciencia de hoy tiene sus raíces en Aristóteles, y como decía A.N. Whitehead, toda la filosofía occidental es una nota al pie de página de Platón: y de Aristóteles y Plotino, de Parménides y Heráclito, añade Steiner. Además, nuestro autor, no sin parte de razón, señala que la raíz de los principales fenómenos "morales" de hoy en día, el marxismo y el psicoanálisis, es tremendamente hebraica. No hace falta ser filósofo de la cultura para advertir que el marxismo -y aún más su descendiente actual, el "progresismo"- está repleto de aquello que Nietzsche llamaba la moral judeocristiana; en cuanto a Freud, Steiner apunta que la idea del asesinato del padre que aparece en
Tótem y tabú es el pecado original
reloaded.
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La Europa fatalista: Durante toda su historia, la imaginación popular europea ha estado infestada por la idea del final: es habitual para los europeos la noticia de que el fin del mundo se acerca, una vez más. Este pesimismo nos lleva a esa introspección algo mórbida que es en parte propia del arte europeo: la comparación con el país del
american dream es inevitable.
Para evitar la desaparición de esta tradición común europea, Steiner nos muestra dos discursos: el de Weber, en el que nos habla de los peligros de la democracia y como está lleva implícita la existencia de una aristocracia intelectual: una élite capaz de
"convencerse de que el destino de su alma depende del hecho de que su interpretación de un determinado pasaje de un manuscrito sea correcta". Husserl, en cambio, nos remite al principio filosófico de Europa, a Atenas, y como esta logificación de todo -incluido a Dios- es nuestro origen: así, el peligro es el olvido de la idea de la razón y del espíritu de la filosofía. No podemos dejar atrás ni a Aristóteles ni a Voltaire.
En la conclusión de la conferencia, Steiner nos propone una nueva forma de liderazgo europeo: un liderazgo basado no en cuestiones económicas, ni políticas, sino en cuestiones culturales. Dejando atrás el oscurantismo del siglo XX, Europa puede representar el humanismo laico frente a los Estados Unidos, el extremo Oriente o el Islam. La fuerza de esta cultura que habría de liderar el mundo estaría en el detalle, las enormes diferencias que hay entre Lisboa y Vladivostok.