Para acabar, os dejo las fotos que me hice con Fernando Savater.
sábado, abril 26, 2008
viernes, abril 25, 2008
Mi Sant Jordi (2)
Llegó la tarde, y volví a la batalla. Porque sí, pasear por el centro de Barcelona el 23 de abril es, como mínimo, una batalla: las aceras absolutamente repletas de personas que probablemente no se han mirado un libro en su vida, pero ahí están, demostrando que son urbanitas, cultos y toda esa mierda.
En fin, que iba yo reflexionando sobre la estulticia del ser humano cuando me encuentro con la prueba del delito: una cola del cojón esperando al finalista del Planeta Boris Izaguirre, que aún no había llegado cuando ya hacía un rato que debía estar allí.
La foto es de más tarde, cuando apareció. Yo de mientras me dirigí al otro lado del mismo estand, donde estaba el filósofo Jesús Mosterín firmando sus obras. Tengo desde hace un tiempo su La naturaleza humana. Una anecdota: el hombre fue muy simpático al firmarme el libro, pero cuando me lo iba a devolver, va y me dice "Espero que te guste: habla de ti". Entre tanta gente yo estaba un poco ido, y lo primero que pensé es que se refería al mono de la portada y que me estaba vacilando o algo. Iba a hacerle un comentario sobre la profesión de su señora madre, pero, afortunadamente, la prudencia me lo evitó.
Después de un rato de espera, llegaba el plato fuerte, mi cita anual: las firmas de Don Vila-matas. Como todos los años, siempre me impresiona como este escritor barcelonés con aspecto de ser más bien tímido logra atraer una notable cantidad de seguidores que vienen a pedir su firma, haciendo de él uno de los autores más reclamados en Sant Jordi. Y eso que su literatura no es precisamente cercana al gran público.
Justo cuando llegaba mi turno, vino un hombre al estand que se pusó a hablar con Vila-matas. Así que tuve que esperar más. Al autor Màrius Serra, que se sentaba justo al lado de Vila-matas, le debió hacer gracia que yo me quedara esperando justo delante del autor, y me dijo: "Oye, si quieres ya te lo firmo yo. Que no sabes que soy yo el que le escribe los libros?" Lo que hizo que ambos empezarán a descojonarse.
Decidí volverme a casa: no soportaba más tal gentío. Con eso me perdía a autores como Juan Eslava Galán o Quim Monzó, pero ya no podía más. Sin embargo, por el camino me encontré con un autor del que sí tenía un libro: Javier Tomeo, que me firmó La hora del lobo. Fue muy simpático, asegurándome que su último libro, Los amantes de silicona, era mucho mejor que el anterior, sugiriéndome que lo robara si podía.
Y así acabó la jornada literaria. El año que viene más.
En fin, que iba yo reflexionando sobre la estulticia del ser humano cuando me encuentro con la prueba del delito: una cola del cojón esperando al finalista del Planeta Boris Izaguirre, que aún no había llegado cuando ya hacía un rato que debía estar allí.
La foto es de más tarde, cuando apareció. Yo de mientras me dirigí al otro lado del mismo estand, donde estaba el filósofo Jesús Mosterín firmando sus obras. Tengo desde hace un tiempo su La naturaleza humana. Una anecdota: el hombre fue muy simpático al firmarme el libro, pero cuando me lo iba a devolver, va y me dice "Espero que te guste: habla de ti". Entre tanta gente yo estaba un poco ido, y lo primero que pensé es que se refería al mono de la portada y que me estaba vacilando o algo. Iba a hacerle un comentario sobre la profesión de su señora madre, pero, afortunadamente, la prudencia me lo evitó.
Después de un rato de espera, llegaba el plato fuerte, mi cita anual: las firmas de Don Vila-matas. Como todos los años, siempre me impresiona como este escritor barcelonés con aspecto de ser más bien tímido logra atraer una notable cantidad de seguidores que vienen a pedir su firma, haciendo de él uno de los autores más reclamados en Sant Jordi. Y eso que su literatura no es precisamente cercana al gran público.
Justo cuando llegaba mi turno, vino un hombre al estand que se pusó a hablar con Vila-matas. Así que tuve que esperar más. Al autor Màrius Serra, que se sentaba justo al lado de Vila-matas, le debió hacer gracia que yo me quedara esperando justo delante del autor, y me dijo: "Oye, si quieres ya te lo firmo yo. Que no sabes que soy yo el que le escribe los libros?" Lo que hizo que ambos empezarán a descojonarse.
Decidí volverme a casa: no soportaba más tal gentío. Con eso me perdía a autores como Juan Eslava Galán o Quim Monzó, pero ya no podía más. Sin embargo, por el camino me encontré con un autor del que sí tenía un libro: Javier Tomeo, que me firmó La hora del lobo. Fue muy simpático, asegurándome que su último libro, Los amantes de silicona, era mucho mejor que el anterior, sugiriéndome que lo robara si podía.
Y así acabó la jornada literaria. El año que viene más.
jueves, abril 24, 2008
Mi Sant Jordi (1)
Un año más, vuelve la fiesta literaria. Un año más, he vuelto a la Rambla, a hacer fotos a los transeuntes, a recoger firmas, a ver a Vila-matas. Intentaré transmitiros un poco del espíritu del día.
Llegué a Plaza Catalunya sobre las 12: no puede ir antes, ya que había quedado para avanzar un proyecto de sistemas operativos para la facultad. Nada más llegar, lo de todos los años: mucha gente paseando, pero menos que por la tarde. Sin embargo, lo peor de pasear este día a estas horas es la insoportable presencia de la chavalada, imagino que en una especie de excursión, que hacía obvia la fragilidad del mundo cultural ante la barbarie de unos descendientes directísimos del orangután.
Recién salido del metro, me dirigí al stand de La Central, para poder ver a Alessandro Baricco, autor de Seda y Los bárbaros, cuya adaptación radiofónica de la Ilíada, transcribida y editada por Anagrama, me encantó.
Fue bastante frío el italiano: con la tía buena que estaba delante de mí estuvo bastante más amistoso. Saliendo de aquí me encaminé hacia el estand de Alibri, en la parte baja de Rambla Catalunya, donde firmaba Fernando Savater. Pero por el camino ví y fotografié a una de las grandes autoras de nuestra literatura, que el año pasado se ganó mi sincero cariño escribiéndome en una dedicatoria que yo era "monísimo". Os dejo aquí la foto de la genial Lucía Etxebarría -con un look que yo definiría como tardogótico-, que firmaba su último libro: Lo que los hombres no saben: el sexo contado por las mujeres.
Llegué al estand de Alibri, y allí estaba Fernando Savater, charlando con una mozuela. Me acerqué a la mesa y le alargué los dos libros suyos que poseo: Ética para Amador e Idea de Nietzsche. Mientras me firmaba, saqué la cámara para echarle una foto, lo que hizo que la mozuela me preguntará si quería que me hiciera una foto con él: yo acepté encantado, y este es el resultado:
Y así acabó la mañana: regresé a mi casa para comer. Pero por la tarde hubo más, bastante más.
Llegué a Plaza Catalunya sobre las 12: no puede ir antes, ya que había quedado para avanzar un proyecto de sistemas operativos para la facultad. Nada más llegar, lo de todos los años: mucha gente paseando, pero menos que por la tarde. Sin embargo, lo peor de pasear este día a estas horas es la insoportable presencia de la chavalada, imagino que en una especie de excursión, que hacía obvia la fragilidad del mundo cultural ante la barbarie de unos descendientes directísimos del orangután.
Recién salido del metro, me dirigí al stand de La Central, para poder ver a Alessandro Baricco, autor de Seda y Los bárbaros, cuya adaptación radiofónica de la Ilíada, transcribida y editada por Anagrama, me encantó.
Fue bastante frío el italiano: con la tía buena que estaba delante de mí estuvo bastante más amistoso. Saliendo de aquí me encaminé hacia el estand de Alibri, en la parte baja de Rambla Catalunya, donde firmaba Fernando Savater. Pero por el camino ví y fotografié a una de las grandes autoras de nuestra literatura, que el año pasado se ganó mi sincero cariño escribiéndome en una dedicatoria que yo era "monísimo". Os dejo aquí la foto de la genial Lucía Etxebarría -con un look que yo definiría como tardogótico-, que firmaba su último libro: Lo que los hombres no saben: el sexo contado por las mujeres.
Llegué al estand de Alibri, y allí estaba Fernando Savater, charlando con una mozuela. Me acerqué a la mesa y le alargué los dos libros suyos que poseo: Ética para Amador e Idea de Nietzsche. Mientras me firmaba, saqué la cámara para echarle una foto, lo que hizo que la mozuela me preguntará si quería que me hiciera una foto con él: yo acepté encantado, y este es el resultado:
Y así acabó la mañana: regresé a mi casa para comer. Pero por la tarde hubo más, bastante más.
martes, abril 15, 2008
De la imposibilidad del guiñol social
Los setenta fueron unos años convulsos, tanto en la política italiana como en su cine. En el terreno artístico, la gran época del cine italiano daba sus últimos coletazos, para acabar teniendo su desenlace histórico con el oscuro asesinato de Pier Paolo Pasolini en 1975. Políticamente, el ya de por sí particularísimo panorama político italiano llegó a una situación límite durante los llamados anni di piombo (años de plomo), en la que los atentados cometidos por la extrema derecha y la extrema izquierda se cobraron cientos de vida, entre las cuales estaba la del primer ministro Aldo Moro.
Es en este entorno en el que debemos situar a la co-ganadora (junto a El caso Matei) de la Palma de Oro de 1972, La clase obrera va al paraíso. Es interesante comparar esta película con las grandes películas italianas del neorrealismo; mientras Alemania año cero o Ladrón de bicicletas son todo autocontrol en su aproximación a la problemática social de su tiempo, de la película de Elio Petri se destila un cierto tono guiñolesco que rompe radicalmente con lo esperado de una película política italiana. Se trata de algo que yo me atrevería a denominar spagghetti social, y no sólo por la presencia de Volonté y Morricone -magnífica banda sonora la de este último-, sino por cierto aspecto de vuelta de tuerca a un género tradicional mediante modificar la clásica utilización de hechos "anecdóticos" -un hombre al que le roban la bicicleta, un jubilado a punto de perder su vivienda...-, para, en vez de explotarlas a través de una puesta en escena fría, alienarlas por medio de cierta caricaturización, un método, el de la caricaturización, similar al de Sergio Leone. Es así como una gamberrada trata de convertirse en una vía cinematográfica seria.
Hay otra influencia que me gustaría señalar: la de Jean-Luc Godard, que precisamente a principios de los 70 atravesaba su etapa maoísta -de hecho, en Le Vent d'est Godard había contado con Volonté-. Y todas las películas de esta etapa de la obra godardiana arrastran un defecto que también acusa La clase obrera va al paraíso: que, aún siendo algunas de ellas estéticamente brillantes -pienso en particular en British Sounds-, son incapaces de influir en el espectador, de convertirse en entes ideologizantes. Quizás por esto, La clase obrera va al paraíso, a pesar de contar con un guión que pretende ser comprometido, a través de la historia de un obrero fabril que pasa de ser partidario del destajo a oponerse a él, y a pesar de utilizar esta peripecia individual para dibujar un boceto de las distintas posiciones existentes en la izquierda italiana; a pesar de todo esto, acaba dejando en el espectador cierta sensación de haberse enfrentado a un hecho puramente estético.
Es en este entorno en el que debemos situar a la co-ganadora (junto a El caso Matei) de la Palma de Oro de 1972, La clase obrera va al paraíso. Es interesante comparar esta película con las grandes películas italianas del neorrealismo; mientras Alemania año cero o Ladrón de bicicletas son todo autocontrol en su aproximación a la problemática social de su tiempo, de la película de Elio Petri se destila un cierto tono guiñolesco que rompe radicalmente con lo esperado de una película política italiana. Se trata de algo que yo me atrevería a denominar spagghetti social, y no sólo por la presencia de Volonté y Morricone -magnífica banda sonora la de este último-, sino por cierto aspecto de vuelta de tuerca a un género tradicional mediante modificar la clásica utilización de hechos "anecdóticos" -un hombre al que le roban la bicicleta, un jubilado a punto de perder su vivienda...-, para, en vez de explotarlas a través de una puesta en escena fría, alienarlas por medio de cierta caricaturización, un método, el de la caricaturización, similar al de Sergio Leone. Es así como una gamberrada trata de convertirse en una vía cinematográfica seria.
Hay otra influencia que me gustaría señalar: la de Jean-Luc Godard, que precisamente a principios de los 70 atravesaba su etapa maoísta -de hecho, en Le Vent d'est Godard había contado con Volonté-. Y todas las películas de esta etapa de la obra godardiana arrastran un defecto que también acusa La clase obrera va al paraíso: que, aún siendo algunas de ellas estéticamente brillantes -pienso en particular en British Sounds-, son incapaces de influir en el espectador, de convertirse en entes ideologizantes. Quizás por esto, La clase obrera va al paraíso, a pesar de contar con un guión que pretende ser comprometido, a través de la historia de un obrero fabril que pasa de ser partidario del destajo a oponerse a él, y a pesar de utilizar esta peripecia individual para dibujar un boceto de las distintas posiciones existentes en la izquierda italiana; a pesar de todo esto, acaba dejando en el espectador cierta sensación de haberse enfrentado a un hecho puramente estético.
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