lunes, junio 19, 2006

El malentendido, de Albert Camus


Recurramos a Camus de nuevo; "un hijo que quiere ser reconocido sin haber dicho su nombre y que es asesinado por su madre y su hermana a causa de un malentendido; este es el argumento de la obra". Obra de transición entre el primer periodo y el segundo, el absurdo que envuelve la historia es evidente. Tragedia de lenguaje clásico, y no por ello menos contemporánea; tenemos a una nihilista, a una mujer cansada y a una mujer que ama. Dios está por allí, pero no oye muy bien y cuando se le pide ayuda, se niega. A destacar el personaje de Marta, primera "Verhovenski" de Camus, donde ya podemos entrever la crítica al "el fin justifica los medios" que tantas complicaciones le traería al filósofo francés; además, tanto este personaje como la obra en general rompe con los esquemas de personaje femenino que se cumplen en las otras obras.

Calígula, de Albert Camus


Dejemos que el propio Camus resuma su obra: "Calígula, hasta entonces un emperador relativamente aceptable, advierte a partir de la muerte de Drusila, su hermana y su mujer, que el mundo no es satisfactorio. Desde entonces, obsesionado con lo imposible y envenenado por el desprecio y el horror, trata a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, de ejercer la libertad". Pura filosofía del absurdo; como pueden ver, se trata de la obra que más íntimamente ligada está a el primer periodo de la trayectoria intelectual de Camus, que podriamos llamar etapa del absurdo, cuya base filosófica se encuentra en El mito de Sísifo. En ella podemos ver un hombre enfermo física y moralmente, que nos retrae a la tuberculosis que afectó al autor. Personalmente siempre he visto a Camus como un hombre enfermo de nihilismo, que conoce su enfermedad y trata de huir de ella, a través de la filosofía, de la comunión con la humanidad y, en su última etapa, de Dios.

sábado, junio 03, 2006

Noches blancas, de Fiódor Dostoievski

¿Entristecer con mi presencia su felicidad, ser un reproche, marchitar las flores que se puso en los cabellos para ir al altar? ¡Jamás, jamás! ¡Que su cielo sea sereno, que su sonrisa sea clara! Yo te bendigo por el instante de alegría que diste al transeúnte melancólico, extraño, solitario... ¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?
No.

Noches blancas es una novela de la primera etapa de la trayectoria de Dostoievski, esto es, antes de su condena a muerte y posterior estancia en presidio. En este periodo es muy notable la influencia de Gogol y se puede considerar como rasgo distintivo cierto dulce patetismo -que en sus novelas posteriores se quedaría en patetismo, a secas-. No obstante, ya se denota la perspectiva psicológica que le convertiría en el fundador de la novela psicológica.

La novela nos habla de un soñador solitario que, por un casual, se encuentra con una dama de la que se llega a enamorar; la dama espera a su galán, que después de un tiempo fuera ha vuelto a la ciudad, y a pesar de que prometió casarse con ella, aún no ha ido a visitarla. El soñador, un poco a lo Myshkin, se mete donde no le llaman y logra hacer feliz a su Nástenka y destrozarse el corazón: algo habitual. Sin embargo, lo que me parece monstruoso de Noches blancas es su desenlace: el perdón que da el soñador a Nástenka es ridículo. Y no porque Nástenka sea culpable, que no lo es, sino porque un ser humano enamorado no actúa así: es mucho más realista el soñador agriado que dibuja Dostoievski en Memorias del subsuelo.

Cuando leí Noches blancas debo admitir que me impactó: de hecho, la muy factible posibilidad de que fuera algo vivido por Dostoievski me hizo acercarme a él, igual que a Kierkegaard, como compañeros en el desengaño amoroso. Al recordar la actitud del soñador no puedo dejar de recordar tiempos pasados: sin embargo, ese soñador es demasiado buen samaritano. Ah, qué bien le vino Siberia a nuestro Fiódor...