miércoles, diciembre 27, 2006

En picado, de Nick Hornby

Se acerca Nochevieja, una noche en la que, a pesar de la censura periodística, los suicidas acuden a una definitiva cita anual. Una noche en la que impera la idea de renovación, precedida por unas fechas de supuesta felicidad y obligada reunión familiar, convierten al 31 de diciembre en un día ideal para los Werther y las Woolf de hoy en día.

Y sobre este tema ha construido el escritor británico Nick Hornby su última novela humorística: cuatro suicidas se encuentran en la azotea del edificio más alto de Londres en la última noche del año. Esta situación, quieras que no, rompe mucho el feeling, y deciden posponerlo hasta San Valentín, otra fecha marcada en el calendario de todo depresivo. Mientras tanto, forman un extraño grupo de apoyo, en el que los personajes chocan entre si continuamente.

Se trata de una novela en la que se encara el tema del suicidio de una manera distinta: al acabarla no conocemos la opinión del autor sobre el tema de su novela, cosa tremendamente extraña: la práctica totalidad de artistas que se han acercado a esta cuestión han dado -a veces claramente, a veces con pretensiones de neutralidad- su opinión. En cambio, Hornby se limita a aprovechar la radicalidad de la situación para llevar a situaciones hilarantes aprovechando unos personajes verdaderamente memorables: la novela gira en torno a esas cuatro personalidades completamente distintas que han llegado a la misma situación. Ni siquiera las reflexiones sotto voce sobre la desesperación que el autor introduce de vez en cuando pueden llevar a considerar a esta novela como algo más que puro humor: eso sí, humor británico y del bueno.

Malas Calles, de Martin Scorsese

Y como me aburría decidí ver la obra maestra de Scorsese que me faltaba por ver. Taxi driver, Toro salvaje y Uno de los nuestros me habían parecido genialidades. Pero, antes de cualquiera de estas películas, la primera gran obra de Scorsese es Malas calles, que data de 1973, y es la primera ocasión en la que Robert De Niro colaboró con el director italo-americano: después llegarían Travis Bickle, Jack LaMotta o Max Cady, pero primero fue Johnny Boy.

Y es en torno a este personaje sobre el cual gira la película. Durante la mayor parte seguimos las acciones de Charlie Cappa (un excepcional Harvey Keitel), pero cuando Johnny Boy entra en acción sentimos que algo especial ocurre en pantalla, que los mecanismos argumentales del film se aceleran. De Niro interpreta a un demente, pero uno muy diferente al de Taxi Driver: mientras que Travis Bickle es un depresivo, Johnny Boy es un maniaco derrochador, capaz de encaramarse a un tejado para dispararle a la luz del Empire State o gastarse el poco dinero que lleva encima aún arriesgándose a que le maten por una infinita cantidad de deudas no pagadas. También hay que destacar a Richard Romanus como Michael Longo, el mafioso amigo de Charlie al que Johnny le debe dinero, y que precipita el final del film.

Sin embargo, Malas calles no me ha parecido una película al nivel de las tres de las que hablaba al principio. Es poco sobria (Scorsese fue ganando sobriedad con el tiempo, cosa que se nota mucho en Uno de los nuestros o en la reciente Infiltrados), y, sin dar mala impresión, a la pareja Harvey Keitel-Robert De Niro les falta algo de química para convertir a la película en una de las grandes de Scorsese.

martes, diciembre 05, 2006

El atizador de Wittgenstein

Club de Ciencia Moral de la Universidad de Cambridge, 25 de octubre de 1946. Karl Popper -recientemente llegado a Inglaterra- se dispone a hacer una exposición con el título "¿Hay problemas filosóficos?". En la habitación, además de Popper, se encuentras otras dos de las mentes más poderosas del siglo XX: Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, l'enfant terrible de la filosofía al que Popper se dispone a provocar. En su Tractacus logico-philosophicus, Wittgenstein reducía la filosofía a la mera función de desmontar los errores que ella misma creaba: para el primer Wittgenstein, la filosofía no era más que la filosofía analítica y lo demás, estupideces. Con ésta frase acaba el Tractatus: De lo que no se puede hablar, se ha de callar. Wittgenstein es el filósofo más carismático que ha dado el siglo XX: asceta, engreido y con una capacidad de convicción capaz de hacer que varios estudiantes de Cambridge abandonarán su carrera académica para trabajar manualmente siguiendo sus consejos -o más bien sus órdenes-.

Sin embargo, Popper, que recientemente ha publicado su obra maestra, La sociedad abierta y sus enemigos, es de una opinión radicalmente distinta: la filosofía sí tiene que tratar de los problemas sociales; él mismo acaba de atacar de manera furibunda a un modelo social que él denomina sociedad cerrada -la antítesis de la democracia liberal que Popper defiende- a través de tres filósofos a los que critica: Platón, Hegel y Marx.

Popper inicia su exposición. El mismo título de la conferencia puede entenderse como un ataque frontal a Wittgenstein, sin embargo, al principio los wittgensteinanos de la sala parecen tomárselo peor que su propio maestro: él ya no está completamente conforme con su Tractatus. Pero cuando Popper empieza a hablar sobre diferentes ejemplos de problemas filosóficos, Wittgenstein estalla y le interrumpe: está acostumbrado a hacerlo. Popper que no está dispuesto a tragar con las impertinencias del asceta de Cambridge, le interrumpe a su vez; se establece una conversación entre ambos filósofos, en la que Wittgenstein los va rechazando por pertenecer o bien a la lógica o bien a la matemática. Y es en el momento en el que Popper habla de problemas éticos cuando Wittgenstein coge el atizador de la chimenea y blandiéndolo como una espada exclama: "¡De usted un ejemplo de regla moral!". La respuesta de Popper es palmaria: "No se debe amenazar con un atizador a los conferenciantes". Furioso, Wittgenstein abandonó la sala dando un portazo -cosa no demasiado extraña en él-.

Hay muchas versiones de esta historia, y, al más puro estilo Rashomon, todos asegurán que la suya es la correcta. Muchos wittgensteinanos aseguran que la broma de Popper fue después de que su rival saliera de la sala.

¿Existen o no verdaderos problemas filosóficos? Quizás la lección que podemos sacar de esta historia es que los problemas filosóficos que no son puramente comprobables mediante la ciencia los acaba ganando el que tiene el atizador.