miércoles, diciembre 27, 2006

En picado, de Nick Hornby

Se acerca Nochevieja, una noche en la que, a pesar de la censura periodística, los suicidas acuden a una definitiva cita anual. Una noche en la que impera la idea de renovación, precedida por unas fechas de supuesta felicidad y obligada reunión familiar, convierten al 31 de diciembre en un día ideal para los Werther y las Woolf de hoy en día.

Y sobre este tema ha construido el escritor británico Nick Hornby su última novela humorística: cuatro suicidas se encuentran en la azotea del edificio más alto de Londres en la última noche del año. Esta situación, quieras que no, rompe mucho el feeling, y deciden posponerlo hasta San Valentín, otra fecha marcada en el calendario de todo depresivo. Mientras tanto, forman un extraño grupo de apoyo, en el que los personajes chocan entre si continuamente.

Se trata de una novela en la que se encara el tema del suicidio de una manera distinta: al acabarla no conocemos la opinión del autor sobre el tema de su novela, cosa tremendamente extraña: la práctica totalidad de artistas que se han acercado a esta cuestión han dado -a veces claramente, a veces con pretensiones de neutralidad- su opinión. En cambio, Hornby se limita a aprovechar la radicalidad de la situación para llevar a situaciones hilarantes aprovechando unos personajes verdaderamente memorables: la novela gira en torno a esas cuatro personalidades completamente distintas que han llegado a la misma situación. Ni siquiera las reflexiones sotto voce sobre la desesperación que el autor introduce de vez en cuando pueden llevar a considerar a esta novela como algo más que puro humor: eso sí, humor británico y del bueno.

Malas Calles, de Martin Scorsese

Y como me aburría decidí ver la obra maestra de Scorsese que me faltaba por ver. Taxi driver, Toro salvaje y Uno de los nuestros me habían parecido genialidades. Pero, antes de cualquiera de estas películas, la primera gran obra de Scorsese es Malas calles, que data de 1973, y es la primera ocasión en la que Robert De Niro colaboró con el director italo-americano: después llegarían Travis Bickle, Jack LaMotta o Max Cady, pero primero fue Johnny Boy.

Y es en torno a este personaje sobre el cual gira la película. Durante la mayor parte seguimos las acciones de Charlie Cappa (un excepcional Harvey Keitel), pero cuando Johnny Boy entra en acción sentimos que algo especial ocurre en pantalla, que los mecanismos argumentales del film se aceleran. De Niro interpreta a un demente, pero uno muy diferente al de Taxi Driver: mientras que Travis Bickle es un depresivo, Johnny Boy es un maniaco derrochador, capaz de encaramarse a un tejado para dispararle a la luz del Empire State o gastarse el poco dinero que lleva encima aún arriesgándose a que le maten por una infinita cantidad de deudas no pagadas. También hay que destacar a Richard Romanus como Michael Longo, el mafioso amigo de Charlie al que Johnny le debe dinero, y que precipita el final del film.

Sin embargo, Malas calles no me ha parecido una película al nivel de las tres de las que hablaba al principio. Es poco sobria (Scorsese fue ganando sobriedad con el tiempo, cosa que se nota mucho en Uno de los nuestros o en la reciente Infiltrados), y, sin dar mala impresión, a la pareja Harvey Keitel-Robert De Niro les falta algo de química para convertir a la película en una de las grandes de Scorsese.

martes, diciembre 05, 2006

El atizador de Wittgenstein

Club de Ciencia Moral de la Universidad de Cambridge, 25 de octubre de 1946. Karl Popper -recientemente llegado a Inglaterra- se dispone a hacer una exposición con el título "¿Hay problemas filosóficos?". En la habitación, además de Popper, se encuentras otras dos de las mentes más poderosas del siglo XX: Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, l'enfant terrible de la filosofía al que Popper se dispone a provocar. En su Tractacus logico-philosophicus, Wittgenstein reducía la filosofía a la mera función de desmontar los errores que ella misma creaba: para el primer Wittgenstein, la filosofía no era más que la filosofía analítica y lo demás, estupideces. Con ésta frase acaba el Tractatus: De lo que no se puede hablar, se ha de callar. Wittgenstein es el filósofo más carismático que ha dado el siglo XX: asceta, engreido y con una capacidad de convicción capaz de hacer que varios estudiantes de Cambridge abandonarán su carrera académica para trabajar manualmente siguiendo sus consejos -o más bien sus órdenes-.

Sin embargo, Popper, que recientemente ha publicado su obra maestra, La sociedad abierta y sus enemigos, es de una opinión radicalmente distinta: la filosofía sí tiene que tratar de los problemas sociales; él mismo acaba de atacar de manera furibunda a un modelo social que él denomina sociedad cerrada -la antítesis de la democracia liberal que Popper defiende- a través de tres filósofos a los que critica: Platón, Hegel y Marx.

Popper inicia su exposición. El mismo título de la conferencia puede entenderse como un ataque frontal a Wittgenstein, sin embargo, al principio los wittgensteinanos de la sala parecen tomárselo peor que su propio maestro: él ya no está completamente conforme con su Tractatus. Pero cuando Popper empieza a hablar sobre diferentes ejemplos de problemas filosóficos, Wittgenstein estalla y le interrumpe: está acostumbrado a hacerlo. Popper que no está dispuesto a tragar con las impertinencias del asceta de Cambridge, le interrumpe a su vez; se establece una conversación entre ambos filósofos, en la que Wittgenstein los va rechazando por pertenecer o bien a la lógica o bien a la matemática. Y es en el momento en el que Popper habla de problemas éticos cuando Wittgenstein coge el atizador de la chimenea y blandiéndolo como una espada exclama: "¡De usted un ejemplo de regla moral!". La respuesta de Popper es palmaria: "No se debe amenazar con un atizador a los conferenciantes". Furioso, Wittgenstein abandonó la sala dando un portazo -cosa no demasiado extraña en él-.

Hay muchas versiones de esta historia, y, al más puro estilo Rashomon, todos asegurán que la suya es la correcta. Muchos wittgensteinanos aseguran que la broma de Popper fue después de que su rival saliera de la sala.

¿Existen o no verdaderos problemas filosóficos? Quizás la lección que podemos sacar de esta historia es que los problemas filosóficos que no son puramente comprobables mediante la ciencia los acaba ganando el que tiene el atizador.

viernes, noviembre 24, 2006

Calderón, Shakespeare, Marlowe

¡Ay, mísero de mí, ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí,
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer,
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Desde que leí La vida es sueño, la comparación con Shakespeare se me hizo obligatoria. Y ahí es donde, a pesar de tratarse de una obra brillante, sale perdiendo. El problema del teatro de Calderón -y es posible que del teatro clásico español- es que trata de ser moralizante, o dicho de otra manera, resuelve los conflictos con fuentes externas políticamente correctas, en vez de hacerlo con sus correspondientes deformaciones interiores, como los personajes de Shakespeare: es decir, que los personajes de Calderón tienden a tener comportamientos "de libro". Obvio es que la conducta de Hamlet no es así: Calderón sería incapaz de crear malutos tan memorables como Macbeth o Ricardo III.
Cogiendo otro autor inglés -uno que para mí es inferior a Calderón-, Marlowe, vemos que siendo peor artísticamente se le nota liberado del peso de tener que convertir a sus personajes en portadores de la filosofía escolástica. En ese sentido, Calderón me recuerda a Sartre.

Scoop, de Woody Allen


Aprovechando que tengo un ratito libre, escribiré sobre la recién estrenada película de Woody Allen. La verdad, Scoop no requiere mucho más tiempo, puesto que es una película agradable, sí, pero no deja de ser una comedieta para pasar la tarde. Una comedieta dirigida por un genio y con unos diálogos bastante brillantes, pero en todo momento la película mantiene un tono intrascendente, probablemente debido a la trama, que resulta demasiado inverosímil y a la que no se le consigue dar el tono adecuado.

Eso sí, Scarlett Johansson está muy güena. A mí desde Lost in translation me tiene enamorado, así que solo por verla un rato me valió la pena ir al cine. Además, Woody Allen interpreta a uno de esos personajes típicamente suyos: en esta ocasión es un mago fallón llamado Splendini -o Sid Waterman- con una capacidad extraordinaria de enjabonar al personal. Hugh Jackman es un buen florero.

En definitiva, una comedia ligera alejada de las obras maestras del neoyorquino.

sábado, noviembre 11, 2006

Un placer por Proust

La ambición embriaga más que la gloria; el deseo florece, la posesión marchita todas las cosas; es mejor soñar la vida que vivirla, aunque vivirla sea también soñarla, pero menos misteriosamente y a la vez menos claramente, en un sueño oscuro y pesado, semejante al sueño difuso en la débil conciencia de los animales que rumian. Las obras de Shakespeare son más bellas vistas en el cuarto de trabajo que representadas en el teatro. Los poetas que han creado a las enamoradas imperecederas no han conocido, en muchos casos, más que vulgares criadas de mesón, mientras que los voluptuosos más envidiados no saben en absoluto concebir la vida que llevan, o mejor dicho que los lleva. Conocí a un niño de diez años, de salud enclenque y de imaginación precoz, que había puesto en una niña mayor que él un amor puramente cerebral. Se pasaba horas en la ventana para verla pasar, lloraba si no la veía, lloraba más aún cuando la había visto. Pasaba con ella muy raros y breves momentos. Dejó de dormir, de comer. Un día se tiró por la ventana. Al principio creyeron que le había decidido a morir la desesperación de no estar nunca junto a su amiga. Pero se supo que, por el contrario, acababa de hablar mucho tiempo con ella y que había estado muy amable con él. Entonces se supuso que el muchacho había renunciado a los días insípidos que le quedaban por vivir después de aquel embeleso que quizá nunca más se repetiría. De las frecuentes confidencias que hiciera en otro tiempo a un amigo se dedudo que sentía una decepción cada vez que veía a la soberana de sus sueños; pero en cuanto ella se alejaba, la fecunda imaginación del muchacho devolvía todo su poder a la niña ausente, y tornaba a desear verla. Cada vez intentaba atribuir a la imperfección de las circunstancias la razón accidental de su decepción. Después de aquella entrevista suprema en la que, con su fantasía ya hábil, había llevado a su amiga hasta la alta perfección de la que su naturaleza era capaz, comparando atribulado esta perfección imperfecta con la perfección absoluta de la que él vivía, de que él moría, se tiró por la ventana. De la caída se quedó idiota y vivió mucho tiempo, conservando de aquélla el olvido de su alma, de su pensamiento, de la palabra de su amiga, con la que se encontraba sin verla. La muchacha, pasando sobre súplicas y amenazas, se casó con él y murió varios años después sin haber logrado que la reconociera. La vida es como esta muchacha, la soñamos y la amamos por soñarla. No hay que intentar vivirla: se arroja uno, como el muchacho, en la necedad, no de una vez, pues en la vida todo se va degredando por matices insensibles. Pasados diez años, no reconocemos nuestros sueños, renegamos de ellos, vivimos como un buey, para la hierba que podemos pacer al momento. ¿Y quién sabe si de nuestras nupcias con la muerte podrá nacer nuestra consciente inmortalidad?

Marcel Proust, Los placeres y los días


Proust, el poeta enfermo -y una de las definiciones de filósofo es poeta enfermo- del amor. Pero a diferencia del poeta romántico, Proust es terriblemente consciente de lo efímero del amor: como los japoneses cuando se reunen para observar los cerezos en flor, cree que parte de su belleza se encuentra en la corta duración de su existencia. El amor es así: efímero e imaginario. Porque bajo la imaginación, sólo queda una atracción animal, la cópula de los perros.

martes, noviembre 07, 2006

Desmontando a Harry, de Woody Allen


Dada mi reciente afición a las películas de Woody Allen y a que esto no deja de ser un blog literario, no estaría mal que la primera reseña cinéflia fuera para la película más literaria de esta leyenda viva del cine.

El protagonista de la película, Harry (Woody Allen) es un escritor famoso cuyos relatos siempre están basados en su propia vida, de una manera directa; un poco a lo Bukowski. Pero más que a Bukowski, las historias de Harry se parecen a las del propio Woody Allen, girando en torno a los temas clásicos del neoyorquino: las relaciones de pareja, el psicoanálisis, la condición de judío, el sentimiento de culpa, el sexo. Harry se verá atormentado por una legión de ex-mujeres y ex-amantes, con las que nunca logra encontrar un equilibrio.

Pero, lo que más me fascina de esta película son los recursos metaargumentales: la vida de Harry se nos cuenta a través de sus relatos, en los que se distingue muy claramente a su autor. A pesar de ser un director cómico relativamente clásico, no es la primera vez que Woody utiliza un recurso de estas características: recuerdo que, en Annie Hall, Woody Allen discute con un profesor universitario sobre la obra de Marshall McLuhan: Allen gana la discusión haciendo entrar en escena al propio McLuhan (!!) para finalmente dirigirse al espectador: "Ah, amigos, si la vida real pudiera ser así".

Acabaremos esta reseña con un diálogo ya mítico:

Joan: (gritando) tu vida sólo es… ¡nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo!
Harry: con ese slogan yo podría ganar las elecciones en Francia.

viernes, noviembre 03, 2006

Grandes personajes: Trofim Denisovich Lysenko

Trofim Denisovich Lysenko (1889-1976) es uno de los biólogos más decisivos del pasado siglo. Y digo decisivos porque consiguió destruir la biología soviética, bastante avanzada hasta el momento de su estelar aparición. Pero expliquemos su historia:

En 1927, Lysenko era un ingeniero agrónomo (pero sin título) desconocido que publica en Pravda (órgano del Partido Comunista de Rúsia) un artículo titulado Los campos de invierno. En el artículo, nuestro heroe explica cómo logro mejorar espectacularmente la producción de una cosecha de trigo en Azerbayán con un métode denominado "vernalización"; según Lysenko, esto era inexplicable para la "genética burguesa" -cosa falsa, ya que según la genética clásica, lo que ocurrió era explicable por una variación producida por alguna impureza genética en el material utilitzado-. Curiosamente, y a pesar de la oposición de la mayoría de científicos rusos, la "vernalización" se extiende por tota la URSS, sin tener en cuenta si el método es útil para las condiciones del campo o no. De hecho, la vernalización es un método anterior a Lysenko, y que sí funciona -en unas determinadas circunstancias- el problema es que esto poco tiene que ver con una refutación de la genética moderna.

Pero esto no hubiera sido tan grave -un exceso revolucionario- si la carrera de Lysenko se hubiera quedado aquí. En 1929, Lysenko saca la teoría del desarrollo fásico de las plantas, en el que directamente resucita a Lamark, pero a lo bestia. Lo que viene a decir es que la genética clásica es una ciencia clasista, ajustada a los intereses de la burguesía: que esto de que las cualidades se hereden es contrario al marxismo, y que un tomate puede convertirse en un pepino si está rodeado por el ambiente adecuado; creeréis que exagero, pero leed las declaraciones del propio Lysenko: "La biologia mitchuriana ha demostrado que los individuos de las especies vegetales existentes no son engendrados por individuos iguales a ella (...), disponemos de una gran cantidad de datos que demuestran
que el centeno puede engendrar trigo, la avena puede engendrar ballueca, y el trigo, centeno."

En una URSS dirigida por Stalin esto puede entenderse: no se sabe muy bien cómo, Lysenko consiguió convencer al vozhd de que su teoría era la única plausible para el materialismo dialéctico, y que la "genética burguesa" era -agárrense los machos- "una desviación fascista y trotskista-bukharinista". Así, las teorías de Lysenko reciben un nombre a la altura de la defensa de la causa: "genética proletaria".

A todo esto, Lysenko es prácticamente desconocido en Occidente -donde se edita su principal obra, Agrobiologia, una sola vez , y esta edición es retirada por la URSS al cabo de un mes-, excepto por parte de la comunidad científica, que se escandaliza, y el incansable Partido Comunista de Francia, dedicado como siempre a retratarse como el partido con más capacidad de hacer el ridículo de la historia del universo y parte del extranjero: Louis Aragon escribió: "Entre un monje (Mendel) y un comunista (Lysenko) no me cabe ninguna duda" y Francis Cohen "Lysenko tiene razón, ya que sus tesis han sido aprobadas por Stalin, la mayor autoridad del mundo en materia científica". Lamentablemente, la comunidad científica soviética no pudo reir demasiado, ya que unos cuantos genetistas fueron de vacancias pagadas a Siberia (Meister, Levit, Gorbunov, Muralov y Vavilov, que dejó la piel allí).

Stalin muere en el 1953, pero no es hasta la caída de Kruschov, más de 10 años después, que Lysenko abandona la presidencia de la Academia de las Ciencias Agrícolas. Lentamente después de la muerte del vozhd Stalin, se dejan de aplicar las magníficas ideas de nuestro heroe, y se regresa a los conceptos de la "genética burguesa", eso sí, manteniendo como oficial la "genética proletaria" -de hecho, ocurrió una cosa similar con la física: se fabricaban bombas atómicas a la vez que se discutían los principios más básicos de la física moderna-.

Os dejo una referencia interesante:

Proletarian Science ? : The Case of Lysenko

Nuevos tiempos en el blog

A partir de ahora, también pondré reseñas cinéfilas y hablaré de política y otras marranadas, como demostrar que la serpiente que tentó a Eva era abonada del Unicaja y socia del Madrid.

Como últimamente estoy tragando Woody Allen por un tubo -gracias, Jose- pues supongo que comentaré alguna película suya. Y a lo mejor alguna asiática (Samaritan Girl o una de estas pelis tan pedantes).

PD: Ah, también he eliminado la sección de "últimos artículos" y he añadido un link con todas las reseñas literarias ordenadas por autor. A medida que esto crezca, haré otros índices.

miércoles, noviembre 01, 2006

Casa de muñecas, de Henrik Ibsen

La última vez que hablé de Henrik Ibsen -no en este blog- fue para compararlo con George Orwell y Albert Camus. Una comparación que yo basaba en un valor que brilla en las obras de los tres: la honradez, la fidelidad a uno mismo por encima de servilismos políticos, aunque esto llevara a un enfrentamiento con la moral o con el mismo pueblo (como podemos ver perfectamente en el drama Un enemigo del pueblo). Sin embargo, Ibsen y Camus aventajan a Orwell en talento literario: los personajes del inglés nuncan estuvieron vivos del todo -y de hecho, sus obras se pueden catalogar o como parábolas o como reportajes-. La diferencia entre Ibsen y Camus radica en que el francés es infinitamente más moralista que el noruego.

Cuando leo a Ibsen, hay una influencia que se me hace tan obvia que no deja de aparecerseme: Dostoievski. Por ejemplo, cuando Hedda, en Hedda Gabler, empieza a tocar el piano momentos antes de suicidarse, recordé esa obra maestra de la confusión que es el suicido de Kirilov en Los Demonios. El protagonista de Un enemigo del pueblo o la propia Nora de Casa de muñecas son personajes típicamente dostoievskianos: enfermos de orgullo, como el Ganya de El Idiota.

Pero, centrándonos en Casa de muñecas, hay que recordar que se trata de una obra que suele ser reivindicada como feminista. Muchos personajes femeninos de Ibsen son muy independientes, especialmente para la época, cosa que podría apoyar esta afirmación. Pero, sin embargo, no creo que éste sea el "ingrediente" principal de la obra: como en la mayoría de las obras de Ibsen, Casa de muñecas se puede reducir a su final, y éste es universal, por encima del género de su protagonista. Nora ha vivido en la absoluta inocencia; citando a Houellebecq: "Puede que en una época anterior las mujeres se encontrasen en una situación comparable: semejante a la de un animal doméstico"; pero, después de ser acusada por haberle salvado la vida a su marido, abandona -a su marido, a sus hijos, a su vida- para aprender en un acto de orgullo genial: el portazo con el que acaba la obra forma parte de la historia de la literatura.

lunes, octubre 23, 2006

Los justos, de Albert Camus


Última obra del autor francés, y en mi opinión su obra maestra. Aquí la rebelión camusiana sobre los límites de la propia rebelión, que dos años después provocaría su ruptura definitiva con el PCF en El hombre rebelde, aparece con una pureza brutal. Iván Kaliayev es un terrorista que lucha por un mundo mejor; sin embargo, ante la posibilidad de matar a niños es incapaz de asesinar al Gran Duque. Por ello discute con Stepan Fedorov, que simboliza el terrorista nihilista; aquí un extracto que creo revelador:
STEPAN (Violentamente): No hay límites. La verdad es que vosotros no creéis en la revolución. (Todos se levantan, menos YANEK) Vosotros no creéis. Si creyerais totalmente, completamente, en ella, sí estuvierais seguros de que con nuestros sacrificios y nuestras victorias llegaremos a construir una Rusia liberada del despotismo, una tierra de libertad que acabará por cubrir el mundo entero, si no dudarais de que entonces el hombre, liberado de sus amos y de sus prejuicios alzará al cielo la cara de los verdaderos dioses, ¿qué pesaría la muerte de dos niños? Admitiríais que os asisten todos los derechos, todos, ¿me oís? Y si esta muerte os detiene es porque no tenéis seguridad de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución. (Silencio. KALIAYEV se levanta.)
KALIAYEV: Stepan, me avergüenzo de mí y sin embargo no dejaré que sigas. Acepté matar para abatir el despotismo. Pero detrás de lo que dices veo anunciarse un despotismo que, si alguna vez se instala, hará de mí un asesino cuando trato de ser un justiciero.
En la segunda ocasión, Kaliayev no duda y el Gran Duque muere. Sentenciado a muerte, da una última lección. "Si no muriera, entonces sí sería un asesino".Se trata sin duda de la obra en la que más se deja notar la influencia de Dostoyevski, especialmente la de la novela Los demonios (que posteriormente Camus adaptaría al teatro).

Y con este artículo acabamos la obra teatral de Albert Camus. Por último recordar que el autor argelino también adaptó para el teatro Los espíritus, de Pierre de Larivey (1953); La devoción de la Cruz, de Calderón de la Barca (1953); Un caso clínico, de Dino Buzzati (1955); Réquiem por una monja, de William Faulkner (1956); El caballero de Olmedo, de Lope de Vega (1957) y Los Demonios, de Dostoyevski (1959).

domingo, octubre 22, 2006

El estado de sitio, de Albert Camus


Mezcla de diferentes géneros, El estado de sitio está a medio camino entre la comedia crítica a lo Darío Fo y la tragedia clásica. El argumento es muy similar al de su novela La peste; a la ciudad de Cádiz llega una epidemia, representada por La Peste y su secretaria, La Muerte. Continúan las críticas a la violencia revolucionaria que ya habían empezado con el personaje de Tarrou y que finalmente cristalizarían en El hombre rebelde, provocando la ya célebre disputa Camus-Sartre. Es probablemente en esta obra donde más claramente se puede ver el ideal de paraiso de Camus, muy ligado al mar Mediterráneo.

sábado, septiembre 23, 2006

El despertar de l'enfant terrible

Procuré inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí adquirir poderes sobrenaturales... Ahora debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos. Una bella gloria de artista y de narrador me ha sido arrebatada. Me han devuelto a la tierra. ¡A mí!, A mí, que me soñé mago o ángel...

Arthur Rimbaud

Otro Próspero. Pero qué Próspero...

jueves, septiembre 21, 2006

La muerte de Ivan Ilich, de León Tolstoi


En la búsqueda de antecedentes de Kafka nos encontramos con un caso extraño: un hombre tan alejado del temperamento del checo como Tolstoi escribió una obra que le prefigura. En ella, Ivan Ilich -como Gregorio Samsa, como K.- es víctima de un incidente absurdo -un golpe fortuito en un costado- que da al traste con su vida; los parecidos no se limitan a esto, sino que durante toda la obra Ivan Ilich se pregunta continuamente ¿Por qué?¿Por qué? sabiendo que la preguntado es absurda.

Sin embargo, también hay notables diferencias: aunque tanto en La muerte de Ivan Ilich como en la obra de Kafka el hombre es malo, en la obra de este último esto ocurre únicamente debido al absurdo del mundo: el hombre es malo porque todo es absurdo (paradójicamente, el propio absurdo nos impide juzgar); así, para Kafka el bien es imposible, porque el mal es inherente al mundo: podriamos decir que, a diferencia de la del ruso, la suya es una fantasía atea. En La muerte de Ivan Ilich podemos sentir cierta misantropía, especialmente cuando aparecen personajes femeninos (la conocida misoginia de Tolstoi); como es habitual en las obras de los eslavófilos, se acusa a las clases medias y altas de hipocresía y ruindad, por ello, el único personaje bondadoso de la novela es un siervo, Gerasim: él es el representante de la corriente de la vida, el único que se atreve a tener compasión de un moribundo sin las máscaras de la alta sociedad.

También me parece interesante comparar esta obra con el Cuento de navidad, de Dickens. En ambas, un hombre que ha malgastado su vida recibe un castigo: pero mientras que Mr. Scrooge puede salvarse, la única posibilidad de redención para Ivan Ilich queda en manos de su hijo, que se nos describe como alguien exactamente igual a su progenitor, pero aún lleno de emoción.

domingo, septiembre 17, 2006

Kierkegaard, Sartre, Hegel y la URSS

El Diccionario de filosofía soviético, sobre Kierkegaard: predicó la dependencia, el miedo y el odio a las masas.

Sartre, en El Ser y la Nada: Aquí, como siempre, a Hegel debemos oponer Kierkegaard, que representa las reivindicaciones del individuo en tanto que tal. El individuo reclama su realización como individuo, el reconocimiento de su ser concreto, y no la explicación objetiva de una estructura universal. Sin duda, los derechos que reclamo al prójimo ponen la universalidad del sí mismo; la respetabilidad de las personas exige el reconocimiento de mi per­sona como universal.

La idea de Europa, de George Steiner


Desde finales de la II Guerra Mundial, y especialmente después de la caída del muro de Berlín, la palabra "Europa" no deja de sonar: la política europea, la literatura europea, el cine europeo... Obviamente, hasta la aparición de "el otro" -es decir, de los Estados Unidos-, esta distinción apenas tenía sentido: Europa lo era todo, aún más culturalmente hablando. Pero, más allá de la oposición al país de las barras y estrellas, ¿tiene alguna base real la idea de Europa? ¿qué compartimos los europeos que nos diferencie de los demás?

Steiner trata de responder a estas preguntas. Según él, un acercamiento a la idea de Europa podría ser el representado por estos cinco axiomas:

·La Europa de los cafés: Europa está cubierta de cafés; ellos han moldeado la cultura europea: el carácter reflexivo y en muchas ocasiones paradójico del arte europeo sólo se puede dar en un ambiente pausado, absolutamente contrario al del pub inglés o al del bar americano. Steiner considera que algunas características de la literatura norteamericana provienen de las peculiaridades del bar: un ambiente oscuro y cargado de sexualidad; debo entender, pues, que Bukowski es el máximo exponente de la literatura de "bar".

·La Europa pedestre: Europa puede recorrerse a pie. A los europeos se nos hace extraño estar verdaderamente aislados de la civilización, cosa bastante peculiar, si nos comparamos con cualquier otra civilización, en la cual disponen de enormes extensiones de terreno que apenas conocen al hombre. Esa "sobrehumanización" del paisaje europeo también es característica de nuestra cultura.

·La Europa histórica: Europa está llena de referencias al pasado. El joven europeo se dirige, a través de unas calles inundadas de nombres históricos, a una escuela donde le darán referencias de la ya milenaria historia europea. Europa ya lo ha sido todo, no queda ya nada por descubrir: se puede establecer un paralelismo entre la geografia de Europa y la impresión que nos da su mapa cultural.

·La Europa heredera de Atenas y Jerusalén: Según Steiner, Europa es la conjunción de dos sensibilidades parcialmente contradictorias: el ideal filosófico-cientifíco de Atenas y la moral de Jerusalén. La ciencia de hoy tiene sus raíces en Aristóteles, y como decía A.N. Whitehead, toda la filosofía occidental es una nota al pie de página de Platón: y de Aristóteles y Plotino, de Parménides y Heráclito, añade Steiner. Además, nuestro autor, no sin parte de razón, señala que la raíz de los principales fenómenos "morales" de hoy en día, el marxismo y el psicoanálisis, es tremendamente hebraica. No hace falta ser filósofo de la cultura para advertir que el marxismo -y aún más su descendiente actual, el "progresismo"- está repleto de aquello que Nietzsche llamaba la moral judeocristiana; en cuanto a Freud, Steiner apunta que la idea del asesinato del padre que aparece en Tótem y tabú es el pecado original reloaded.

·La Europa fatalista: Durante toda su historia, la imaginación popular europea ha estado infestada por la idea del final: es habitual para los europeos la noticia de que el fin del mundo se acerca, una vez más. Este pesimismo nos lleva a esa introspección algo mórbida que es en parte propia del arte europeo: la comparación con el país del american dream es inevitable.

Para evitar la desaparición de esta tradición común europea, Steiner nos muestra dos discursos: el de Weber, en el que nos habla de los peligros de la democracia y como está lleva implícita la existencia de una aristocracia intelectual: una élite capaz de "convencerse de que el destino de su alma depende del hecho de que su interpretación de un determinado pasaje de un manuscrito sea correcta". Husserl, en cambio, nos remite al principio filosófico de Europa, a Atenas, y como esta logificación de todo -incluido a Dios- es nuestro origen: así, el peligro es el olvido de la idea de la razón y del espíritu de la filosofía. No podemos dejar atrás ni a Aristóteles ni a Voltaire.

En la conclusión de la conferencia, Steiner nos propone una nueva forma de liderazgo europeo: un liderazgo basado no en cuestiones económicas, ni políticas, sino en cuestiones culturales. Dejando atrás el oscurantismo del siglo XX, Europa puede representar el humanismo laico frente a los Estados Unidos, el extremo Oriente o el Islam. La fuerza de esta cultura que habría de liderar el mundo estaría en el detalle, las enormes diferencias que hay entre Lisboa y Vladivostok.

viernes, septiembre 01, 2006

El libro de arena, de Jorge Luis Borges


Comentemos al genio argentino. El libro de arena no es la colección de cuentos más brillante de Borges, inferior a El Aleph y a Ficciones -mi favorito-. Sin embargo, prácticamente todos los relatos borgianos* son casi infinitos, meras introducciones de obras mucho mayores que debe crear el lector; por ello cada hoja que sale de la pluma de Borges tiene un valor titánico: en ocasiones, en un solo cuento del ciego argentino encontramos mucho más contenido que en las obras completas de ciertos autores; nuestro escritor de hoy es la antítesis de esa enfermedad tan extendida del escribir sin tener nada que decir. A pesar de esta infinidad latente en los relatos, trataremos de hacer un esbozo de estos cuentos ya de por si esbozados:

En El otro, un Borges ya anciano nos cuenta su encuentro con un Borges que aún no ha llegado a las dos décadas. Resulta interesante la evolución del Borges lector (como, en su adolescencia, lee orgullosamente a Dostoievski) y del Borges ideólogo (en este relato queda particularmente claro su desprecio hacia la URSS, y el hastío que los años le han provocado hacia la "fraternidad universal"). Por supuesto, la "justificación" del encuentro es tremendamente borgesiana: el Borges viejo lo ha vivido en realidad; el joven tan sólo lo ha soñado. Apuntar el pequeño guiño que se hace al tema del alter ego presente en el cuento al mencionar la novela El doble.

Ulrica me parece el peor cuento de la colección; sin embargo, imagino que a algunos les puede aportar información para descifrar la vida sexual de Borges. Buen provecho, pues.

Parece que su autor consideraba El Congreso como el cuento más memorable del volumen. No soy de la misma opinión.

There are more things empieza con una dedicatoria a H.P. Lovecraft: con ello el cuento queda resumido. Apuntar que no es la primera vez que se encuentran reminiscencias lovecraftianas en Borges: recuerdo que el cuento Las ruinas circulares, de Ficciones, también me trajo a la memoria el rostro del de Providence.

Dentro de la literatura borgiana forman una categoría particular los relatos gnósticos: La secta de los Treinta es parte de ella.

La noche de los dones destaca por dos características: el gauchismo que a veces -y por sorpresa- encontramos en Borges y las múltiples voces de los narradores.

Tanto El espejo y la máscara como Undr tratan de un tema similar: una literatura que consta de una sola palabra monstruosa -lovecraftianamente, podriamos decir-. El primero es, en mi opinión, superior.

Utopía de un hombre que está cansado tiene muchas lecturas, y la política no es las menos justificada de ellas. El mundo descrito podría ser perfectamente la culminación del proyecto anarquista de Pessoa, hombre cansado por excelencia.

En El soborno, Borges juega con un rasgo psicológico bastante dostoievskiano: una búsqueda de la imparcialidad que sólo se da por saciada con el sacrificio.

Otra categoría clásica -quizás algun día intente hacer una clasificación de los cuentos de Borges en este blog- es la de los objetos paradójicos: El Aleph es el paradigma. Y aquí podemos encuadrar a El disco y al cuento que da su nombre al recopilatorio, El libro de arena.

*: Creo no ser el único que duda entre los términos borgiano y borgesiano. Aquí una breve explicación de porque el primero es el correcto.

lunes, agosto 07, 2006

El Idiota, de Fiódor Dostoievski


En la obra de Dostoievski podriamos marcar cierto paralelismo entre El Idiota, Los Demonios y Los Hermanos Karamazov. Las tres comparten el psicologismo atormentado que caracteriza al Dostoievski post-Siberia, pero son novelas más colectivas que Crimen y castigo o -especialmente- Memorias del subsuelo. En ellas, Dostoievski encarna diferentes aspectos de la vida humana en personajes para, así, facilitarnos su comprensión. En esta novela el personaje/arquetipo más interesante es -aparte del príncipe Myshkin, del que ya hablaremos- Rogoyin. Una vez más, vemos el profundo conocimiento que tiene Dostoievski de los supuestos sentimientos nobles: en este caso, Rogoyin nos muestra perfectamente lo que es una verdadera pasión (fascinante el momento en el que, ante la afirmación de Myshkin "la odiarás por lo mucho que la amas ahora", Rogoyin acaba admitiendo que matará a Nastasya Filippovna si consigue hacerla suya). Ya que hablamos de Nastasya Filippovna, vemos aquí a otra extraña afección del corazón humano: las personas que, al verse profundamente humilladas, se vuelven extremadamente orgullosas. Son este tipo de personajes los que le han dejado a Dostoievski un sitio en la historia de la literatura universal.

Aparte queda el príncipe Myshkin, El Idiota, intento de Dostoievski de representar la perfección moral. Sólo con el título ya nos podemos hacer una idea de lo que opinaba Dostoievski sobre su tiempo: una época en la que -según el escritor moscovita- lo bueno era despreciado. Durante la novela esto se muestra muy especialmente en el discurso pro-ortodoxia que hace Myshkin:

El catolicismo romano me parece a mí peor que el propio ateísmo. ¡Sí, eso creo! El ateísmo se limita a proclamar la nada; pero el catolicismo va más lejos: predica un Cristo a quien ha desfigurado, vilipendiado, calumniado, un Cristo contrario a la verdad. ¡Les juro que predica al Anticristo!

No me digan que esto no lo firmaría el mismísimo Jack T. Chick. Además, tengamos en cuenta que la opinión de Dostoievski sobre los ateos no era precisamente buena: lean sino Los Demonios.
Y es que si aceptamos aquella frase de Houellebecq: Todos los grandes escritores son reaccionarios, el paradigma del gran escritor, será, sin duda, Fiodor Mijailovich Dostoievski.

martes, julio 11, 2006

1984, de George Orwell


Si ha habido un libro que ha provocado un terremoto ideológico en un servidor es la distopía del trotskista inglés George Orwell. No es extraño que algunos comunistas, a pesar de no estar de acuerdo con Stalin, criticaran a Orwell por "pasarse": la obra de Orwell no sólo acaba siendo un ataque contra el estalinismo, sino contra toda teoría comunitarista; y el orwellianismo fue uno de los ingredientes de ese potaje que acabó convirtiendo a un grupo de trotskistas judíos de Nueva York en lo que más tarde se ha venido a llamar neocons. Ésto se dio probablemente porque el comunismo de Orwell -y probablemente el de los neocons originales- fue más sentimental que no racional (como el de Gidé, o el socialismo del Dostoievski pre-Siberia) y por lo tanto, condenado a la reacción.

Ya hablando de la novela, podemos encontrar en ella referencias obvias al régimen estalinista: el Gran Hermano poseedor de un gran bigote negro (ya saben ustedes lo que era el Pacto de Acero: la alianza entre el bigote grande y el bigote pequeño) y la aparición de un clon de Trotski como Enemigo del Pueblo sobre el cual se descarga la culpa de todo. Es un tanto lamentable el tener que explicar esto, pero más de una vez me he encontrado con gente que duda que 1984 sea una crítica a Stalin, así que dejo unas cuantas citas en las cuales queda claro:

No creía haber oído la palabra «Ingsoc» antes de 1960. Pero era posible que en su forma viejolingüística -es decir, «socialismo inglés»- hubiera existido antes.

Aquí queda claro que 1984 critica a un socialismo, no a un hipotético regimen fascista.

El diafragma de Winston se encogió. Nunca podía ver la cara de Goldstein sin experimentar una penosa mezcla de emociones. Era un rostro judío, delgado, con una aureola de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente que tenía, sin embargo, algo de despreciable y una especie de tontería senil que le prestaba su larga nariz, a cuyo extremo se sostenían en difícil equilibrio unas gafas. Parecía el rostro de una oveja y su misma voz tenía algo de ovejuna. Goldstein pronunciaba su habitual discurso en el que atacaba venenosamente las doctrinas del Partido; un ataque tan exagerado y perverso que hasta un niño podía darse cuenta de que sus acusaciones no se tenían de pie, y sin embargo, lo bastante plausible para que pudiera uno alarmarse y no fueran a dejarse influir por insidias algunas personas ignorantes. Insultaba al Gran Hermano, acusaba al Partido de ejercer una dictadura y pedía que se firmara inmediatamente la paz con Eurasia. Abogaba por la libertad de palabra, la libertad de Prensa, la libertad de reunión y la libertad de pensamiento, gritando histéricamente que la revolución había sido traicionada.

Si el hombre arriba descrito no es Trotski, que baje Dios y lo vea.

Entremos en la novela: en ella, un funcionario dedicado a reconstruir la historia, Winston, empieza a dudar del Partido, y eso le introduce en una peligrosa espiral, en la que acabará visitando las mazmorras del Ministerio del Amor. Especialmente memorable el concepto de neolengua, una lengua futura en la que sería imposible el mero hecho de pensar una rebelión contra el partido: es aquello que decía de Nietzsche del lenguaje como cárcel del pensamiento aplicado de forma pragmática. Pero lo que más recuerdo de la novela es el discurso final del villano:

Primero debes darte cuenta de que el poder es colectivo. El individuo sólo detenta poder en tanto deja de ser un individuo. Ya conoces la consigna del Partido: «La libertad es la esclavitud». ¿Se te ha ocurrido pensar que esta frase es reversible? Sí, la esclavitud es la libertad. El ser humano es derrotado siempre que está solo, siempre que es libre. Ha de ser así porque todo ser humano está condenado a morir irremisiblemente y la muerte es el mayor de todos los fracasos; pero si el hombre logra someterse plenamente, si puede escapar de su propia identidad, si es capaz de fundirse con el Partido de modo que él es el Partido, entonces será todopoderoso e inmortal. Lo segundo de que tienes que darte cuenta es que el poder es poder sobre seres humanos. Sobre el cuerpo, pero especialmente sobre el espíritu. El poder sobre la materia..., la realidad externa, como tú la llamarías..., carece de importancia. Nuestro control sobre la materia es, desde luego, absoluto.

El Anticristo para un liberal pragmático e individualista como el que les habla, señores.

lunes, junio 19, 2006

El malentendido, de Albert Camus


Recurramos a Camus de nuevo; "un hijo que quiere ser reconocido sin haber dicho su nombre y que es asesinado por su madre y su hermana a causa de un malentendido; este es el argumento de la obra". Obra de transición entre el primer periodo y el segundo, el absurdo que envuelve la historia es evidente. Tragedia de lenguaje clásico, y no por ello menos contemporánea; tenemos a una nihilista, a una mujer cansada y a una mujer que ama. Dios está por allí, pero no oye muy bien y cuando se le pide ayuda, se niega. A destacar el personaje de Marta, primera "Verhovenski" de Camus, donde ya podemos entrever la crítica al "el fin justifica los medios" que tantas complicaciones le traería al filósofo francés; además, tanto este personaje como la obra en general rompe con los esquemas de personaje femenino que se cumplen en las otras obras.

Calígula, de Albert Camus


Dejemos que el propio Camus resuma su obra: "Calígula, hasta entonces un emperador relativamente aceptable, advierte a partir de la muerte de Drusila, su hermana y su mujer, que el mundo no es satisfactorio. Desde entonces, obsesionado con lo imposible y envenenado por el desprecio y el horror, trata a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, de ejercer la libertad". Pura filosofía del absurdo; como pueden ver, se trata de la obra que más íntimamente ligada está a el primer periodo de la trayectoria intelectual de Camus, que podriamos llamar etapa del absurdo, cuya base filosófica se encuentra en El mito de Sísifo. En ella podemos ver un hombre enfermo física y moralmente, que nos retrae a la tuberculosis que afectó al autor. Personalmente siempre he visto a Camus como un hombre enfermo de nihilismo, que conoce su enfermedad y trata de huir de ella, a través de la filosofía, de la comunión con la humanidad y, en su última etapa, de Dios.

sábado, junio 03, 2006

Noches blancas, de Fiódor Dostoievski

¿Entristecer con mi presencia su felicidad, ser un reproche, marchitar las flores que se puso en los cabellos para ir al altar? ¡Jamás, jamás! ¡Que su cielo sea sereno, que su sonrisa sea clara! Yo te bendigo por el instante de alegría que diste al transeúnte melancólico, extraño, solitario... ¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?
No.

Noches blancas es una novela de la primera etapa de la trayectoria de Dostoievski, esto es, antes de su condena a muerte y posterior estancia en presidio. En este periodo es muy notable la influencia de Gogol y se puede considerar como rasgo distintivo cierto dulce patetismo -que en sus novelas posteriores se quedaría en patetismo, a secas-. No obstante, ya se denota la perspectiva psicológica que le convertiría en el fundador de la novela psicológica.

La novela nos habla de un soñador solitario que, por un casual, se encuentra con una dama de la que se llega a enamorar; la dama espera a su galán, que después de un tiempo fuera ha vuelto a la ciudad, y a pesar de que prometió casarse con ella, aún no ha ido a visitarla. El soñador, un poco a lo Myshkin, se mete donde no le llaman y logra hacer feliz a su Nástenka y destrozarse el corazón: algo habitual. Sin embargo, lo que me parece monstruoso de Noches blancas es su desenlace: el perdón que da el soñador a Nástenka es ridículo. Y no porque Nástenka sea culpable, que no lo es, sino porque un ser humano enamorado no actúa así: es mucho más realista el soñador agriado que dibuja Dostoievski en Memorias del subsuelo.

Cuando leí Noches blancas debo admitir que me impactó: de hecho, la muy factible posibilidad de que fuera algo vivido por Dostoievski me hizo acercarme a él, igual que a Kierkegaard, como compañeros en el desengaño amoroso. Al recordar la actitud del soñador no puedo dejar de recordar tiempos pasados: sin embargo, ese soñador es demasiado buen samaritano. Ah, qué bien le vino Siberia a nuestro Fiódor...

sábado, mayo 27, 2006

Vals de Mefisto, de Sergio Pitol


Premio Juan Rulfo en 1999 y Premio Miguel de Cervantes en 2005, Sergio Pitol es para muchos el mejor escritor en lengua castellana. Bueno, quizás no para muchos pero sí para Enrique Vila-Matas, que fue el culpable de que me decidiera a leer un libro del mexicano; ya pasará alguna obra de Vila-matas por aquí, ya pasará.

Volviendo a Vals de Mefisto, realmente el premio Cervantes le viene que ni pintado a Pitol: ese juego metatextual tan característico del Quijote recorre completamente los cuatro cuentos que forman este pequeño volumen. Para que se hagan una idea: el primer cuento nos explica como una mujer separada lee una obra de su marido; en ésta, un joven literato llamado Manuel Torres va a un concierto de piano: la obra nos explica las diferentes historias que Torres imagina alrededor de la aparición de un anciano en un palco situado en un rincón del teatro. Probablemente éste y el siguiente (El relato veneciano de Billie Upward) sean los dos mejores de la obra, precisamente porque está muy presente ese elemento metatextual que me pirra. Pero además, en Pitol encontramos un estilo muy particular, que a mí me recuerda a Vila-Matas y a Nabokov.

Un autor muy muy interesante. A ver cuando repetimos.

jueves, mayo 25, 2006

Mr. Vértigo, de Paul Auster

A nadar contracorriente tocan.

Señores, no me gusta Paul Auster. Que sí, que después de leer Mr. Vértigo mi opinión sobre él ha mejorado -El país de las últimas cosas me pareció una novelita de lo más ramplona-, pero aún sigue muy alejado del nivel de Gran Maestro. Explícome:

Sus historias son interesantes, sí. Auster sin duda posee una imaginación envidiable. Pero a mí no me interesa lo que explica: es un buen caracterizador de personajes, pero éstos dan la impresión de no tener una auténtica vida interior. Mr. Vértigo es un buen ejemplo de lo que quiero explicar: una idea inicial muy interesante -un niño que aprende a volar-, unos personajes interesantes, pero no le veo nada más. Es posible que busque en Auster cosas que no debería, es decir, un conflicto interior, pero que quieren, este yonki necesita su droga.

En cuanto a su prosa, la veo completamente ideal para hacer versiones cinematográficas; que viene a ser la forma educada de decir que es tremendamente simplona. Y aunque no soy un lector enamorado de las grandes prosas, por aquí podría haberse salvado Auster: las historias de Nabokov no me interesan lo más mínimo, pero la prosa del ruso-americano hechiza a cualquiera.

Hablando del libro en sí, pos está bien, oiga. Aunque en la última parte se desvie un poco, trata principalmente de la vida de un criejo que aprende a volar -cosa bastante elogiable, considerando que no es español- y se dedica al mundo del espectáculo. Aventuritas a gogó y tal. Me quedo con el maestro Yehuti, que no me deja de recordar al gran Rolando de Gilead (sí, hay libros de Stephen King que me gustan, ¿qué pasa?).

Veredicto del libro: está bien para pasar el rato. Y el de Auster: segundo strike, colega; te queda la tercera y última (Leviatán).

viernes, mayo 12, 2006

Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq

Primer libro que referencio de Michel Houellebecq: momento importante. Este escritor francés, nacido en la isla de Reunión -por lo tanto un francés africano, igual que Camus- es el enfant terrible de la narrativa francesa actual. Todas sus obras destacan por su crudeza, derivada de un materialismo extremo, y hermanada con la crueldad de Céline e incluso Lautreamont: un verdadero militante schopenhaueriano. Recordemos la frase que él extrajo de la correspondencia de Lovecraft -otra de sus influencias- y que describe toda su narrativa: "El valor de un ser humano se mide hoy en día por su eficacia económica y su potencial erótico".

Ampliación del campo de batalla
es la extensión natural de esta frase. Nos muestra la alienación del hombre respecto al mundo actual; cosa que no tiene nada de novedosa, ya que Kafka o Camus ya lo hicieron antes. La diferencia es que Houellebecq investiga este nihilismo generalizado desde otro punto de vista: busca el problema entre el desajuste que hay entre las condiciones de vida que nos ofrece la sociedad liberal actual y nuestros instintos. Ésa es la principal diferencia que tiene Ampliación con El extranjero, aunque no por ello dejan de ser novelas paralelas.

La novela gira alrededor de su narrador, un informático de unos 30 años de clase media-alta. Sin embargo, ello no le impide ser profundamente infeliz. Y es que aquí es donde Houellebecq utiliza algo que en literatura hacía mucho que no se veía: una crítica al liberalismo... sexual. Para Houellebecq:
En un sistema económico que prohibe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohibe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad.
El mensaje es tan antiguo, que suena a nuevo. La novela, escrita con ese lenguaje tan brutal que es propio del autor, va asestando golpes a diferentes aspectos de la sociedad, como el ambiente empresarial (omnipresente en su obra) o los psicoanalistas.

Una gran novela, e ideal para empezar a leer a Houellebecq.

13,99 euros, de Frédéric Beigbeder


Con 13,99 euros, Frédéric Beigbeder se convirtió en uno de los fenómenos de la literatura francesa, además de lograr ser despedido de la agencia de publicidad para la que hasta entonces trabajaba de creativo. Un punto más para la novela: se nota que Beigbeder ha dado donde duele.
En cuanto a su obra, podemos decir que sigue los pasos de su amigo Michel Houellebecq, aunque desde luego no es tan visceral ni se mete en los tabús con los que el bueno de Michel parece disfrutar tanto. Podemos decir que Beigbeder actualiza la clásica crítica al sistema.

13,99 euros nos presenta a Octave, un creativo de éxito, que acaba de abandonar a su novia porque le ha dicho que está embarazada. Como lo leen. Sin embargo, la novela no nos hace pasar por una crisis existencial-sentimental, y pone el acento en la descripción del funcionamiento de las agencias de publicidad: la estupidez de los clientes, la carrera por lograr el trabajo del superior...

A pesar del tono de mi crítica, no se debe suponer que Beigbeder no es cínico y burlón. Lo es, y mucho. Pero comparándolo con Houellebecq, resulta más almidonado: quizás por ello pueda seducir a algun lector al que Michel le pareciera demasiado hard. Sin embargo, la impresión que da Beigbeder es la de no haber sufrido lo suficiente para la literatura que pretende escribir (esto me trae a la memoria una cita de no recuerdo quien "Hay que haber sufrido mucho para disfrutar a Lovecraft"). Seguramente es demasiado guapo para ello.

Imposturas intelectuales, de Jean Bricmont i Alan Sokal


Para comprender la polémica que ha desatado Imposturas intelectuales es obligado por mi parte hacer una referencia al llamado affair Sokal: Alan Sokal (a la derecha del post), profesor de física en la Universidad de Nueva York, publicó en la revista Social Text un artículo con el título siguiente: "Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica". El artículo presenta un constructivismo social radical, afirmando que la propia realidad es una construcción social; además, utiliza para defender su postura citas de diferentes autores considerados posmodernos, entre ellos Derrida, Lacan o Irigaray. Poco despúes el propio Sokal admitió que se trataba de una parodia. Se pueden imaginar ustedes el pitote que se montó: al pobre Alan le cayó una buena.

Precisamente para responder las críticas vertidas contra él, se escribió este Imposturas intelectuales. Alan Sokal, con la colaboración del también físico Jean Bricmont, analizan diferentes textos de autores posmodernos, mostrando como bajo una capa de términos científicos, se esconde la más completa nada: en ocasiones lo que dicen no tiene sentido, y en otras sólo lo tendría como metáfora. Para muestra, un botón:

"Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta de la imagen deseada: de ahí que sea el equivalente de sqr(-1) del significado obtenido más arriba, del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante: (-1)"
("Posición del inconsciente", en Ecrits, 2 - Jacques Lacan)
"El hecho de que las mujeres se hayan sentido tan amenazadas por el accidente de Chernobil tiene sus orígenes en esa relación irreductible que existe entre sus cuerpos y el universo" (Luce Irigaray)
Destacan también en el libro unos apuntes epistemológicos, apuntando que el actual caxondeo epistemológico puede venir probablemente como una respuesta a Karl Popper, que en opinión de los autores, aunque su intención era buena, trató de sistematizar demasiado la ciencia, provocando que sus críticos, especialmente Feyerabend, trataran de eliminar todo el prestigio del método científico buscando un anarquismo epistemológico. El libro finaliza con un llamamiento a la izquierda -con la que ambos autores se identifican- para que deje atrás los prejuicios que tiene hacia la aceptación de una verdad objetiva -probablemente derivados del intento de imposición de unas reglas morales como objetivas en el pasado- y utilice la ciencia para ayudar a los más desfavorecidos, que debe ser el auténtico objetivo de la izquierda.

Un gran resumen del libro -bastante más extenso que éste- lo encontrarán aquí: Imposturas intelectuales -Recensión de la obra de A. Sokal y J. Bricmont.

Nota: Aún se pueden encontrar algunos artículos impenitentes que comentan el artículo de Sokal como si fuera "serio". Aquí tienen un ejemplo: Texto sobre Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica.

jueves, mayo 11, 2006

El tío Vania, de Anton Chéjov

Anton Chéjov (1860-1904) es uno de los principales exponentes del siglo de oro ruso. Es famoso por su pericia en el relato corto, pero sin embargo hoy comentaremos una de sus obras teatrales, Tío Vania.

En la obra podemos ver un enfrentamiento simbólico entre el humilde campesinado ruso (el tío Vania, Sonia) y los ciudadanos, especialmente los intelectuales europeizados (Serevriakov y su joven esposa Elena). Sin embargo, todos ellos comparten algo: una profunda infelicidad. Serevriakov sufre porque es viejo, Elena sufre porque su marido es viejo. Vania se siente frustrado porque se da cuenta que ha dedicado toda su vida a trabajar por un estúpido al que antes admiraba: su cuñado Serevriakov; además, es incapaz de llevar a buen puerto sus relaciones con Elena, que le esquiva. Y Sonia, quizás la única de este cuarteto que pueda inspirar alguna simpatía natural al lector, ya ha asumido la dureza de su porvenir: trabajo y soledad; sin embargo, la conciencia de no ser hermosa y por ello no poder aspirar al amor del médico rural Astrov la atormenta. Finalmente, Astrov es el personaje más equilibrado de la obra: el único personaje que mantiene cierto grado de humanismo; no obstante, él también se ve abocado a las pasiones que inspira Elena.

Es curioso que tantas obras naturalistas -también realistas, por extensión-, tratando de mostrar al ser humano tal como es, sin romanticismos, acaben subrayando su profunda desgracia, el absurdo de su existencia.

lunes, mayo 08, 2006

Viaje al fin de la noche, de Louis Férdinand Céline

Provocadora. Insultante. Náuseabunda. Cruel. Inmoral. Misántropa. Todos estos adjetivos son perfectamente aplicables a Viaje al fin de la noche, novela capital para comprender buena parte de la literatura del siglo XX, especialmente la producción francesa. Él es, sin duda, el padre de estos nuevos pesimistas, Michel Houellebecq y Frédéric Beigdeber; y su primera novela, Viaje al fin de la noche, es su obra más representativa: jamás logró superarla.

El narrador de nuestra historia es Ferdinand Bardamu, un antihéroe al uso excepto en que éste no logra ser educado ni siquiera con el propio lector: una de las señas de identidad de la literatura de Céline es su lenguaje, directo por lo transgresor o transgresor por lo directo, que penetra en la mente del lector como una puñalada: no nos encontramos ante un elegante pero desafortunado Quijote, sino ante un colgado.
Bardamu se alista en el ejército por una especie de broma (memorable su discurso sobre el nacionalismo: "Hatajo de granujas, ¡es la guerra! -nos dicen-. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la patria nº2, ¡y les vamos a reventar la sesera! ¡Venga! ¡Venga! ¡A bordo hay todo lo necesario! ¡Todos a coro! Pero antes quiero veros gritar bien: "Viva la patria nº1!"".) acaba sufriendo la estupidez de los oficiales sumergido en una soldadesca mayoritariamente cobarde. Así, es herido y vuelve a París donde, entre otras muchas peripecias, acaba compitiendo con otros para contar la aventura más absurdamente heroica y lograr así la atención del público femenino. Posteriormente, nuestro héroe viaja a las colonias francesas en África, que describe como un infierno de calor, mierda, comida repugnante y más mierda. Los avatares del destino le llevan a los Estados Unidos, donde persigue su particular american dream. Así el autor nos describe el trabajo industrial, con toda su magnitud de ruido y monotonía; eso sí, nos deja claras las virtudes de las americanas. De regreso a Francia, trabaja de médico aprovechando esta vez para explicarnos la mezquindad de los más desfavorecidos -como podemos ver, Céline es un narrador sin pelos en la lengua-; destaca entre estas últimas hazañas la que protagoniza su intermitentemente inseparable Léon Robinson, actuando de asesino a sueldo teniendo como víctima a una vieja para que su hijo y su nuera puedan alquilar la casita que ocupa.

El mundo es un lugar repugnante, parece decirnos Céline. Sin embargo, debo admitir que el feeling que parece querer transmitirnos, creo que un lector del siglo XXI lo alcanzará más fácilmente leyendo Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Sin embargo, si tratara de evaluar algo tan abstracto como la calidad literaria debería poner por delante a nuestro antisemita protagonista de hoy.