Provocadora. Insultante. Náuseabunda. Cruel. Inmoral. Misántropa. Todos estos adjetivos son perfectamente aplicables a Viaje al fin de la noche, novela capital para comprender buena parte de la literatura del siglo XX, especialmente la producción francesa. Él es, sin duda, el padre de estos nuevos pesimistas, Michel Houellebecq y Frédéric Beigdeber; y su primera novela, Viaje al fin de la noche, es su obra más representativa: jamás logró superarla.
El narrador de nuestra historia es Ferdinand Bardamu, un antihéroe al uso excepto en que éste no logra ser educado ni siquiera con el propio lector: una de las señas de identidad de la literatura de Céline es su lenguaje, directo por lo transgresor o transgresor por lo directo, que penetra en la mente del lector como una puñalada: no nos encontramos ante un elegante pero desafortunado Quijote, sino ante un colgado.
Bardamu se alista en el ejército por una especie de broma (memorable su discurso sobre el nacionalismo: "Hatajo de granujas, ¡es la guerra! -nos dicen-. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la patria nº2, ¡y les vamos a reventar la sesera! ¡Venga! ¡Venga! ¡A bordo hay todo lo necesario! ¡Todos a coro! Pero antes quiero veros gritar bien: "Viva la patria nº1!"".) acaba sufriendo la estupidez de los oficiales sumergido en una soldadesca mayoritariamente cobarde. Así, es herido y vuelve a París donde, entre otras muchas peripecias, acaba compitiendo con otros para contar la aventura más absurdamente heroica y lograr así la atención del público femenino. Posteriormente, nuestro héroe viaja a las colonias francesas en África, que describe como un infierno de calor, mierda, comida repugnante y más mierda. Los avatares del destino le llevan a los Estados Unidos, donde persigue su particular american dream. Así el autor nos describe el trabajo industrial, con toda su magnitud de ruido y monotonía; eso sí, nos deja claras las virtudes de las americanas. De regreso a Francia, trabaja de médico aprovechando esta vez para explicarnos la mezquindad de los más desfavorecidos -como podemos ver, Céline es un narrador sin pelos en la lengua-; destaca entre estas últimas hazañas la que protagoniza su intermitentemente inseparable Léon Robinson, actuando de asesino a sueldo teniendo como víctima a una vieja para que su hijo y su nuera puedan alquilar la casita que ocupa.
El mundo es un lugar repugnante, parece decirnos Céline. Sin embargo, debo admitir que el feeling que parece querer transmitirnos, creo que un lector del siglo XXI lo alcanzará más fácilmente leyendo Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Sin embargo, si tratara de evaluar algo tan abstracto como la calidad literaria debería poner por delante a nuestro antisemita protagonista de hoy.
3 comentarios:
Efectivamente ,Céline es quizas,el último escritor maldito de
Francia,quien confia en los hombres,decía, se muere de a pocos y eso es lo que describe en esa desesperanzadora y brutal descripción de la sociedad moderna que es Viaje al fin de la noche.
Sencillamente un grande.
Me lo leí hará dos años y me encantó. Ahora me gustaría leérmelo de nuevo, pero nunca doy el paso adelante. Muerte a Crédito también tiene su punto.
ahhh, lo estoy leyendo!!! maravilloso, terrible, estoy por la parte en que trabaja de médico en un barrio de mala muerte de Paris. Tiene cosas geniales, cuando habla de la miseria o de la vejez y la juventud. Ya se acaba, nooo
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