miércoles, febrero 20, 2008

Sweeney Todd

Es indiscutible que el cine de Tim Burton tiene rasgos más que suficientes para ser considerado obra de autor. Un autor que a pesar de mantener unas claras constantes en sus películas, ha conquistado el favor del público, especialmente de un pequeño pero vehemente grupo de aficionados al macabro universo del cineasta californiano, dispuestos a defenderle haga lo que haga.

Sweeney Todd, a primera vista, cumple perfectamente los cánones del cine burtoniano: la escenografía guiñolesca, un tono claramente gótico, el humor negro... incluso Johnny Depp, el actor fetiche de Burton, protagoniza este largometraje. Sin embargo, después del visionado de la película, el espectador puede sentirse decepcionado, en cierta medida traicionado, por este musical de casi dos horas de duración. A pesar de que se trata de una cinta magnífica en su diseño de producción -como, por otra parte, suele ser habitual en la obra de Burton-, y que la propuesta del musical macabro, en los tiempos que corren, es ciertamente original, uno no deja de percibir cierto vacío inusual: una atenuación en las tendencias naturales del film, como si se hubiera tratado de adaptar la historia a unas formas que no le corresponden.



¿Cuál es la raíz de este defecto? En una entrevista reciente, Burton afirmaba que "prefería crear la sensación de que la historia era contada por primera vez". Dicho de otra manera: se busca el impacto directo sobre el espectador, no envolverlo en una estética -o espacio creativo- determinado donde habitan unas historias que se repiten hasta el infinito en calidad de mitos. Desgraciadamente, no se puede acceder a lo que hemos denominado impacto directo sin renunciar a la vez a la creación de nuestro propio universo, ya que lo que impacta directamente sobre el espectador es, o bien la realidad, o bien la unidad estética de la obra*: Al final de la escapada o El gabinete del Doctor Caligari. Creo no suponer demasiado si digo que el camino natural de Burton, es el más despreciado por los teóricos del cine desde Kracauer: el del expresionismo alemán.


Con el objetivo de ser más... periodístico -adjetivo con algo de sorna-, Burton ha suprimido ciertos pasajes del musical original: el más significativo probablemente sea el coro. Pero, paradójicamente, al eliminar los momentos más genuinamente propios de un musical macabro, aumenta la impresión de hallarnos ante aquello que despectivamente alguna vez se ha llamado teatro filmado. Porque hay que entender que el coro, a pesar de estar ya presente en el nacimiento de la tragedia griega, es un elemento más fácilmente convertible a cine, o para evitar la polémica de nunca acabar, más fácilmente caligarizable, que el diálogo puro, y no digamos ya el diálogo cantado. Mientras que por la unidad entre imagen y canción que implica, el coro se engarzaría facilmente en la obra de arte puro más allá de lo real que debe ser el cine Caligari -aunque quizás no sea ésta la forma ideal de uso de la cinematografía, supuesto arte de lo real-, los diálogos cantados distraen al espectador, que no logra absorber plenamente ese Londres siniestro en el que habitan Todd y Mrs. Lovett. A la impresión de estar viendo teatro filmado también contribuye, en buena parte, el simplísimo uso de la cámara que hace Burton en el film, más allá de los minutos iniciales.

Es terrible decirlo, pero Sweeney Todd, la película musical de Tim Burton, quizás funcionaría mejor si hubieran más silencios, más Burton, y sobretodo, más cine.

*: Se me ocurre un contraejemplo de artista realista y, a la vez, creador de una unidad estética tremendamente sólida: Dostoievski, padre de la novela psicológica que utilizaba las historias de los periódicos para inspirar sus novelas (Los Demonios, sin ir más lejos).

No hay comentarios: