Jakob von Gunten era la novela favorita de Kafka, y después de leerla a uno no le cabe duda del motivo. Si Kafka en la literatura universal simboliza al hombre humillado, aplastado por el sistema, Walser es el ideólogo de este ser: en ocasiones me llegaba a recordar aquellas fábulas distópicas que Dostoievski introdujo en sus novelas Los Demonios y Los Hermanos Karamázov; es como si aquella opinión del Gran Inquisidor, someter a la enorme mayoría de la población a un estado de ignorancia total para garantizarles la felicidad, encontrara en el escritor suizo un sistematizador, alguien que dibujara los trazos de este infrahombre ideal. El problema es que, por su propia naturaleza, es imposible que este infrahombre tenga ideología: para él la esencia debería preceder a la existencia; se limitaría a vivir, y para sortear que el hombre nace sin esencia, los Grandes Inquisidores preparan la esencia de todos los hombres, y moldean su existencia para que coincida. Sin embargo, el problema de Walser radica en que trata de ser a la vez Gran Inquisidor y súbdito idiotizado y feliz: al ser escritor, al dibujar la figura del infrahombre ideal, ha de abandonar el estado natural propio de este ser para convertirse en artista, es decir, en un fenómeno rigurosamente humano, y por lo tanto, que contiene dentro de si la infelicidad.
En definitiva, Robert Walser es la evolución lógica de Nietzsche: después de que las trompetas wagnerianas ensalzaran llevaran al hombre al Valhalla, éste necesitaba sumergirse en la mediocridad. Igual que Nietzsche, Walser habla directamente al individuo.
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¿INTRODUCIÓ?
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