domingo, febrero 24, 2008

Apunte sobre La invención de Morel

Otra muesca y tengo algo que decir sobre él. Alianza parece haber cometido un error al editar La invención de Morel. Han colocado el resumen justo antes del texto de la novela, como si fuera una dedicatoria. Y qué resumen! En pocas palabras resume buena parte de lo que se puede decir de la novela. Aquí lo tenéis:

Cita:
A Jorge Luis Borges


La amistad entre el huraño Borges y Bioy Casares es una de las más conocidas en el mundo literario. Hace no mucho se editó un libro del autor de El sueño de los héroes sobre sus experiencias junto al mayor autor de cuentos de la literatura hispanoamericana, con permiso de Cortázar, y sin él. La invención de Morel es la novela que Borges nunca escribió: no es de extrañar que él mismo juzgue a su trama, en el prólogo, con estas palabras: "no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta". Ahí están todos los elementos típicos de la literatura borgiana: el juego fantástico, la inquisición metafísica, y el amor, de rara aparición y siempre imposible.

Sin embargo, una vez leí que demasiados cuentos de Borges seguidos causaban cierta apatía, cierto desinterés, como si de una indigestión de caminos que se bifurcan se tratara. Añado que un cuento de Borges demasiado largo provoca lo mismo.

Bailar en la oscuridad

Apenas 2 siglos antes de que Lars Von Trier ganara la Palma de Oro en Cannes con Dancer in the Dark, Napoleón Bonaparte ordenó detener al "anónimo autor de Justine y Juliette". Ese detenido, que pasaría encarcelado el resto de sus días, es conocido hoy en día por el nombre de Marqués de Sade.
Las dos novelas que llamaron la atención del Gran Corso constituían un insulto directo a la fe, a la fe en cualquier principio. La más monstruosa de ambas es, sin duda, Justine: Sade martiriza a la protagonista de la novela, una muchacha virgen y creyente, hasta los extremos más grotescos. Justine es robada, violada y esclavizada repetidas veces, y, aún así, sigue creyendo en la misericordia divina, en lo que constituye para cualquier lector una burla hacia la fe en la bondad divina.

Doscientos años después, un director danés repetía la misma línea argumental de Justine en su Trilogía del Corazón de Oro: Rompiendo las olas, Los idiotas y Bailar en la oscuridad. En las dos primeras, LVT proponía las reglas del juego; posteriormente, en Dogville, nos daría una solución. Pero Dancer in the Dark es la más extrema de la trilogía, su sublimación, la más... sádica. Ya que nombramos de nuevo a Sade, me gustaría apuntar una diferencia importante entre las obras del danés y el francés: aunque ambos son moralistas acérrimos, sus éticas se contradicen entre ellas, apuntan a utopías distintas. Por ello en Trier el sacrificio tiene un significado, mientras que en Sade sólo es un signo de estupidez. Sin embargo, en la forma de sus creaciones, hay importantes paralelismos: Von Trier utiliza las bases del género que típicamente en el cine había significado la felicidad, el musical, para mostrar la infelicidad absoluta, el Infierno de los Hombres. El film de Von Trier no nos habla de Dios, pues dos siglos después de Sade ya no queda nada de él: habla de la sociedad humana, construye una mofa hacia la natural bondad de nuestra especie y su máxima expresión, el Estado. E igual que el Divino Marqués, es un juego tan arriesgado, tan grotesco, que es completamente normal que muchos lo rechacen por ridículo: Trier no hace más que emplear una historia propia del telefilm, exaltándola hasta convertirla en un grito insoportable.

Hay dos factores más que me interesaría destacar en la película. El primero es la actuación de Björk. Es una interpretación extraña, especial: mientras la veía me recordaba a aquellos modelos que utilizaba Bresson en sus películas. Pero mientras que los no-intérpretes de las películas del autor de Notas sobre el cinematógrafo, son cualquier cosa menos emotivos, la interpretación de Björk es todo lo contrario. La cantante islandesa parece estar alucinada, alienada. La hipnosis ya había sido un tema recurrente en el cine del danés: el final de Epidemic (donde se hipnotizó realmente a una actriz) o el inicio de Europa son prueba de ello. ¿Podría Trier haber encontrado una respuesta al dilema de Bresson?
El otro punto de interés son las características estéticas del DOGMA, y particularmente, la cámara al hombro. En general, ese manifiesto me parece un grave error, por lo menos como método a seguir para todo el cine que pretenda no convertirse en "ilusiones para mostrar las emociones". Una película DOGMA puede ser tan tramposa y estar tan atada a las convenciones de género como cualquier otra: a día de hoy, creo que eso ya está probado. Sin embargo, Dancer in the Dark pone de relieve las virtudes del método antes que sus defectos: acierto que radica en la crudeza y el dolor que emanan de la cinta, especialmente de Björk. Si el DOGMA funciona aquí es porque logra evitar ese peligro que antes he mencionado: que la cinta acabara cayendo en el telefilm. Porque Dancer in the Dark utiliza, igual que las malas películas, emociones muy básicas, pero llevándolas hasta un extremo casi inconcebible.

Pero precisamente en su radicalidad Dancer in the Dark encuentra su razón de ser: si Trier aflojara un poco la trampa que dibuja alrededor de Selma, el film se convertiría en un pastiche; si Björk interpretara, por muy bien que lo hiciera, en vez de estar poseída por alguna deidad furiosa, la película se destaparía como un guirigay ridículo. Incluso el tan discutido DOGMA funciona, especialmente, en ese terrible final que sedució incluso al mismísimo Ingmar Bergman, por lo demás muy escéptico con el cine de Trier. Sin embargo, esa misma radicalidad de la propuesta la convierte en una película sobre la que no se puede edificar, no se puede crear un nuevo cine: una película excepcional y única.

miércoles, febrero 20, 2008

Sweeney Todd

Es indiscutible que el cine de Tim Burton tiene rasgos más que suficientes para ser considerado obra de autor. Un autor que a pesar de mantener unas claras constantes en sus películas, ha conquistado el favor del público, especialmente de un pequeño pero vehemente grupo de aficionados al macabro universo del cineasta californiano, dispuestos a defenderle haga lo que haga.

Sweeney Todd, a primera vista, cumple perfectamente los cánones del cine burtoniano: la escenografía guiñolesca, un tono claramente gótico, el humor negro... incluso Johnny Depp, el actor fetiche de Burton, protagoniza este largometraje. Sin embargo, después del visionado de la película, el espectador puede sentirse decepcionado, en cierta medida traicionado, por este musical de casi dos horas de duración. A pesar de que se trata de una cinta magnífica en su diseño de producción -como, por otra parte, suele ser habitual en la obra de Burton-, y que la propuesta del musical macabro, en los tiempos que corren, es ciertamente original, uno no deja de percibir cierto vacío inusual: una atenuación en las tendencias naturales del film, como si se hubiera tratado de adaptar la historia a unas formas que no le corresponden.



¿Cuál es la raíz de este defecto? En una entrevista reciente, Burton afirmaba que "prefería crear la sensación de que la historia era contada por primera vez". Dicho de otra manera: se busca el impacto directo sobre el espectador, no envolverlo en una estética -o espacio creativo- determinado donde habitan unas historias que se repiten hasta el infinito en calidad de mitos. Desgraciadamente, no se puede acceder a lo que hemos denominado impacto directo sin renunciar a la vez a la creación de nuestro propio universo, ya que lo que impacta directamente sobre el espectador es, o bien la realidad, o bien la unidad estética de la obra*: Al final de la escapada o El gabinete del Doctor Caligari. Creo no suponer demasiado si digo que el camino natural de Burton, es el más despreciado por los teóricos del cine desde Kracauer: el del expresionismo alemán.


Con el objetivo de ser más... periodístico -adjetivo con algo de sorna-, Burton ha suprimido ciertos pasajes del musical original: el más significativo probablemente sea el coro. Pero, paradójicamente, al eliminar los momentos más genuinamente propios de un musical macabro, aumenta la impresión de hallarnos ante aquello que despectivamente alguna vez se ha llamado teatro filmado. Porque hay que entender que el coro, a pesar de estar ya presente en el nacimiento de la tragedia griega, es un elemento más fácilmente convertible a cine, o para evitar la polémica de nunca acabar, más fácilmente caligarizable, que el diálogo puro, y no digamos ya el diálogo cantado. Mientras que por la unidad entre imagen y canción que implica, el coro se engarzaría facilmente en la obra de arte puro más allá de lo real que debe ser el cine Caligari -aunque quizás no sea ésta la forma ideal de uso de la cinematografía, supuesto arte de lo real-, los diálogos cantados distraen al espectador, que no logra absorber plenamente ese Londres siniestro en el que habitan Todd y Mrs. Lovett. A la impresión de estar viendo teatro filmado también contribuye, en buena parte, el simplísimo uso de la cámara que hace Burton en el film, más allá de los minutos iniciales.

Es terrible decirlo, pero Sweeney Todd, la película musical de Tim Burton, quizás funcionaría mejor si hubieran más silencios, más Burton, y sobretodo, más cine.

*: Se me ocurre un contraejemplo de artista realista y, a la vez, creador de una unidad estética tremendamente sólida: Dostoievski, padre de la novela psicológica que utilizaba las historias de los periódicos para inspirar sus novelas (Los Demonios, sin ir más lejos).