miércoles, noviembre 01, 2006

Casa de muñecas, de Henrik Ibsen

La última vez que hablé de Henrik Ibsen -no en este blog- fue para compararlo con George Orwell y Albert Camus. Una comparación que yo basaba en un valor que brilla en las obras de los tres: la honradez, la fidelidad a uno mismo por encima de servilismos políticos, aunque esto llevara a un enfrentamiento con la moral o con el mismo pueblo (como podemos ver perfectamente en el drama Un enemigo del pueblo). Sin embargo, Ibsen y Camus aventajan a Orwell en talento literario: los personajes del inglés nuncan estuvieron vivos del todo -y de hecho, sus obras se pueden catalogar o como parábolas o como reportajes-. La diferencia entre Ibsen y Camus radica en que el francés es infinitamente más moralista que el noruego.

Cuando leo a Ibsen, hay una influencia que se me hace tan obvia que no deja de aparecerseme: Dostoievski. Por ejemplo, cuando Hedda, en Hedda Gabler, empieza a tocar el piano momentos antes de suicidarse, recordé esa obra maestra de la confusión que es el suicido de Kirilov en Los Demonios. El protagonista de Un enemigo del pueblo o la propia Nora de Casa de muñecas son personajes típicamente dostoievskianos: enfermos de orgullo, como el Ganya de El Idiota.

Pero, centrándonos en Casa de muñecas, hay que recordar que se trata de una obra que suele ser reivindicada como feminista. Muchos personajes femeninos de Ibsen son muy independientes, especialmente para la época, cosa que podría apoyar esta afirmación. Pero, sin embargo, no creo que éste sea el "ingrediente" principal de la obra: como en la mayoría de las obras de Ibsen, Casa de muñecas se puede reducir a su final, y éste es universal, por encima del género de su protagonista. Nora ha vivido en la absoluta inocencia; citando a Houellebecq: "Puede que en una época anterior las mujeres se encontrasen en una situación comparable: semejante a la de un animal doméstico"; pero, después de ser acusada por haberle salvado la vida a su marido, abandona -a su marido, a sus hijos, a su vida- para aprender en un acto de orgullo genial: el portazo con el que acaba la obra forma parte de la historia de la literatura.

1 comentario:

Bouba dijo...

Hombre, yo creo que es más bien la tradición literaria modernista. En Cataluña tenemos una versión de Un enemigo del pueblo, en Aigües encantades que viene a ser una copia modesta por pare de Joan Puig i Ferreter. Para Urales, Ibsen estaba cerca del anarquismo, claro que para el padre de federica Montseny cualquier personalidad significativa e importante tenía que estar cerca del anarquismo.