El amor, el amor
En un cine porno, unos jubilados cascados
Contemplaban, escépticos,
Los retozos mal filmados de dos lascivas parejas.
No había argumento.
He ahí, pensaba yo, el rostro del amor,
El auténtico rostro.
Algunos son seductores, y seducirán siempre,
Y el resto sobrevive.
No existe ni el destino ni la fidelidad,
Sólo cuerpos que se atraen.
Sin sentir ningún apego ni, desde luego, piedad,
Uno juega, y después destroza.
Algunos son seductores, y por lo tanto, muy amados,
Sabrán lo que es un orgasmo.
Pero hay tantos otros cansados y sin nada que ocultar,
Ni siquiera un fantasma;
Si acaso, una soledad agravada por la impúdica
Alegría de las mujeres.
Si acaso, una certeza: "Eso no es para mí",
Un oscuro y pequeño drama.
Con certeza morirán un poco desengañados,
Sin ilusiones poéticas.
Practicarán a conciencia el arte de despreciarse,
Será algo mecánico.
Me dirijo a todo aquel que nunca haya sido amado,
Que nunca supo gustar;
Me dirijo a los ausentes del sexo liberado,
Y del placer corriente.
No temáis, amigos, vuestra pérdida es mínima:
El amor no existe en ninguna parte.
Sólo es una broma cruel de la que vosotros sois víctimas,
Una jugada de experto.
Michel Houellebecq, Supervivencia.
Anna Karina recuerda mucho del rodaje en su aspecto visual, pero nada más. Tolmatchoff, por su parte, recuerda que Godard llevaba al cine a Anna y luego le enseñaba a él las entradas en cuyo reverso había escrito: "Anna, te amo." Pero al parecer el mensaje nunca fue entregado a la destinataria. En mitad del rodaje, Tolmatchoff invitó a todo el equipo a cenar en Lausana. El novio de Anna estaba a la cabecera de la mesa, con Godard a su izquierda y Anna a su derecha, mirándose ambos. Mediada la cena y con gran intercambio de miradas, Anna sintió que una mano tomaba la suya por debajo de la mesa y le ponía algo en la palma. Con su novio a su lado, no podía mirar qué era, y mucho antes de que lo hiciera, Godard se puso en pie y dijo que se iba. Apenas Godard se hubo marchado, Anna corrió a la habitación contigua, impaciente por ver qué le había dado. El trozo de papel decía "Te amo. Te espero en el Café de la Paix a medianoche." Pero su novio había corrido tras ella y le arrancó el papel de la mano:
"No irás."
"Sí, iré."
"No conoces a ese tipo."
"Pero le amo."
Regresaron al estudio juntos y Anna metió todas sus pertenencias en una maletita de cartón que la había acompañado desde Copenhague. El novio, llorando, se esforzaba en disuadirla, pero Anna estaba más que decidida. En el café, Godard aguardaba leyendo el periódico, Anna se sentó frente a él y esperó una eternidad hasta que bajó el periódico.
"Así que estás aquí. -Un golpe-. Pues vámonos."
Mientras caminaban, Godard hablaba de Mozart.
Colin MacCabe, Godard
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